Invocar el 350 fue invocar a la muerte – Por Raymond Azar

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Sin contar el genocidio silencioso que en principio ha venido sufriendo Venezuela desde el Gobierno de Hugo Chávez, su mal llamado “legado” fue extendido a la mano de Nicolás Maduro quien terminó de criminalizar un régimen nefasto, lleno de corrupción, narcotráfico y ejecuciones extrajudiciales que lo llevaron a catalogarse como el mayor violador de los derechos humanos, (quizás el mayor conocido en latinoamerica) y de los más notorios del mundo.

Hoy con precio sobre su cabeza por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, el dictador venezolano goza de los mayores niveles de impunidad.  Tan grande es su impunidad que la Corte Penal Internacional solo ha dilatado su enjuiciamiento con una complicidad muy notoria para todo ser que tenga dos dedos de frente.

El 15 de enero de 2018 fueron masacrados siete  venezolanos, seis hombres y una mujer embarazada. Para dicha fecha, ese grupo de valientes que solo buscaban un resurgir no sólo de la población sino de los cuerpos de seguridad que se deben en teoría a su nación y no a un régimen criminal, actuaron conforme a la ley y a nuestra constitución,  pero fueron víctimas del abandono y de la omisión.

Tras meses de burlas, falsas acusaciones, no solo de la población civil, sino también de periodistas y personalidades que terminaron mordiéndose la lengua después de ese fatídico día, Óscar Pérez tuvo que demostrar con su muerte que ¨sí hablaba en serio¨, que ¨sí buscaban algo¨, ese algo era la libertad de un país.

El venezolano ha sido mal agradecido con los pocos que se han atrevido a dar la cara por la libertad, y esto ha sido no solo los caídos del Junquito, sino también con Juan Caguaripano, Rafael Acosta Arévalo y muchos otros.

Después de haberse rendido públicamente, pidiendo a gritos que cesaran los disparos para entregarse lo cual no fue suficiente, fueron masacrados. El objetivo del régimen fue muy claro, acabar con la amenaza y mandar un mensaje muy claro a cualquier otro insurgente que surgiera a posteriori: su único resultado sería enfrentar la muerte. ¿De qué manera? De la peor posible, una que infundiera suficiente miedo y pánico a quien se atreviera a hacer o a pensar algo semejante.

Una traición;

Con una llamada fueron vendidos al régimen, una llamada que puso punto y final a sus vidas entregando su ubicación.

Óscar cometió un error muy grande y fue que los que le mostraron lealtad y admiración durante su carrera policial, serían leales en un movimiento de rebelión. Todo lo contrario a José Alejandro Díaz Pimentel, quien fue regulador y soporte de Óscar, un conocido líder nato dentro de los cuerpos policiales, no por su manera de llegar a las personas ni por palabras, siendo una persona de hablar poco y accionar sin que le temblara el pulso, siempre más desconfiado de su entorno que cualquiera.

Quizás la nobleza de Pérez le hizo una muy mala jugada y Díaz extrañamente no se anticipó, la única manera de dar con ellos, era por medio de una traición, dos hombres altamente preparados como ellos, no iban a ser fáciles de capturar.

Ese 15 de Enero de 2018, aturdidos por explosiones salvajes de RPG en su contra, terminaron de ser ejecutados de rodillas, esto no es un secreto, esto es un acto atroz, que ha gozado de la más grande impunidad.

Después de este hecho, muchas bocas que se llenaron de burlas, fueron víctimas de sus palabras y de su posterior silencio, unas rectificaron y se retractaron mientras que otras prefirieron quedarse calladas.

¿Para qué sirvieron Óscar Pérez, José Díaz, Abraham Lugo, Jairo Lugo, Daniel Soto, Abraham Angostini y Lisbeth Ramírez?

Para múltiples cosas: para propaganda de muchos que con el hecho de conocer a alguno de ellos les sirvió para que terceros pidieran asilo político en otros países; para sacar dinero en falsas donaciones que supuestamente iban dirigidas a los familiares, para sembrar el miedo que necesitaba el régimen y, lo peor , para lograr posicionamiento político, como cuando Juan Guaidó utilizó esta masacre para dar un discurso para muchos “contundente” al momento de tomar posesión del cargo como Presidente de la Asamblea Nacional.

Un discurso que le sirvió para llevar a cabo un engaño a gran parte de la nación y a la ejecución de la mal llamada “Operación Libertad”, la gran estafa que con ese discurso y el brazalete violeta en el brazo manipuló valientes militares que se voltearon en armas al régimen creyendo que iban a liberar a Venezuela, pero no, el objetivo era liberar a Leopoldo López y darle una salida al exilio a Christopher Figuera, ex director del Sebin, quien hoy después de haber sido el que dio la orden de ejecución de estos valientes libertarios, viva hoy tranquilo en la ciudad de Miami en los Estados Unidos.

Esta manipuladora oposición, es tan ineficaz que al único que hacen referencia es Óscar Pérez y ni conocen completamente quienes eran los demás, lo que hacían o ni por diplomacia atendieron las denuncias o solicitudes de ayuda de sus familiares. Simplemente fueron un objeto, un cero a la izquierda. Algo que no se ve con la familia de ningún político.

Así como tampoco podemos olvidar que esta masacre ha sido utilizada y manipulada por Luisa Ortega Díaz a su antojo, para afianzar su papel de víctima. Víctima que hoy logró ese abrazo de reconciliación hipócrita con la concubina del que fue presidente interino del país por dos años, un abrazo a una violadora de derechos humanos, a una criminal que desgració la vida de cientos venezolanos, con el mismo fin de los demás, la impunidad.

La única verdad de este hecho atroz es que estos valientes le quedaron grande al país, se sacrificaron por quienes no quisieron respaldarlos siquiera en una misa.

Sin embargo, un pequeño grupo de venezolanos siempre los recordará como lo que fueron, unos valientes. Soy fiel creyente que la justicia tarda, pero al final de toda historia siempre llega, todos los crimínales que estuvieron detrás de esta masacre pagarán.

En memoria de: Óscar Pérez, José Díaz, Abraham Lugo, Jairo Lugo, Abraham Angostoni, Daniel Soto y Lisbeth Ramírez.

Caidos del Junquito

Algún día habrá justicia.

Dedicado a mi amigo, José Alejandro Díaz Pimentel.

Por: Raymond Azar

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