El cambio cultural preocupa al gobierno ruso más que el escudo antimisiles en puertas, pues la “occidentalización” del sistema de valores podría producir rupturas con los modelos tradicionales de gobierno, profundizar las crisis de legitimidad y en consecuencia crear formatos sociales que, fortalecidos, estarían en capacidad de lograr cambios el sistema político.
Es difícil imaginar que, durante casi una década, el fenómeno del separatismo en el Este de Ucrania, la anexión de Crimea a Rusia y la nacionalización masiva de ucranianos no hayan sido anticipados por Europa como claros indicadores de un expansionismo territorial en ciernes. De hecho, todo indica que, en el 2014, la OSCE pudo haber creado un efecto contrario a la paz que se buscaba consolidar con los acuerdos de Minsk para acabar con la guerra del Donbass, tomando en cuenta que dichos acuerdos comprometían severamente la integridad territorial de Ucrania. Con esto, se admite la posibilidad de que la intervención europea haya dejado una puerta abierta que Rusia aprovecharía a la primera oportunidad para canalizar su respuesta militar a cualquier intento de Ucrania por recuperar el control de las regiones autoproclamadas independientes, lo que en efecto desencadenó la operación bélica del 21 de febrero del presente año.
La complejidad político-cultural de la Ucrania postsoviética siempre fue una variable fundamental en la definición de su política interna. La llegada al poder del nacionalista Viktor Yúshchenko en las agitadas elecciones del 2004, parecía prometer una ruptura con el modelo del extinto régimen soviético, no obstante, la polarización resultante de este proceso mostró la evidencia de la volatilidad política en Ucrania, y en Occidente esto se percibió con suma inquietud. Las elecciones del 2010 que declararon ganador a Víctor Yanukovich confirmaban esta observación, y apartaban al país temporalmente de su inclusión a la Unión Europea, manteniendo cerradas las “puertas abiertas” de la OTAN.
Pese al relativo aislamiento de Ucrania de Europa occidental, las fuerzas externas que actuaban y actúan sobre ella agudizan la inestabilidad política de un país que venía batallando con problemas internos; relativos a la identidad nacional, autonomías territoriales y un proceso accidentado, y en todo sentido inconcluso, de consolidación democrática. Es en este mismo proceso en el que se decantan los eventos del Euromaidan, y casi en paralelo -con influencia de Rusia- la autoproclamación de las Repúblicas Populares de Donetsk (RPD) y Luhansk (RPL) que son hoy el eje de la guerra en curso. Las fuerzas externas que allí confluyen forman parte esencial de la política exterior de Rusia, y el entendimiento del desarrollo de dichos esquemas, sobre todo de los culturales, es fundamental para abordar la dinámica del conflicto en cuestión.
LA NUEVA POLÍTICA EXTERIOR DE RUSIA
El nuevo concepto de la política exterior rusa de 2008 identifica los elementos que sirven de transición entre la inmediata época postsoviética y la penetración de la Federación Rusa en el siglo XXI como actor en todas las esferas posibles del sistema internacional. La seguridad y estabilidad regionales, así como la preservación y el fortalecimiento de su integridad territorial, intentan concatenar la proyección de Rusia como actor económico en los mercados globales, aunque sin descuidar el derecho internacional, haciendo énfasis en los elementos más distintivos del sistema de Westphalia. Conforme a este nuevo concepto, Rusia, señalando estar en correspondencia con la Carta de las Naciones Unidas, prepondrá la defensa -por todos los medios- de los derechos e intereses de los ciudadanos rusos, tanto en Rusia como como fuera de ella, así como la propagación de la cultura rusa en el extranjero, siendo este, el punto de inflexión que anuncia la importancia de los conceptos de identidad y valor en la geopolítica moderna, donde dichos conceptos son claves en el análisis estratégico de la guerra en Ucrania.
LA POLITICA EXTERIOR DE RUSIA RESPECTO A LA OTAN
La primera ola expansiva de la OTAN en 1998 reitera la posición de la alianza del Atlántico, cuyo carácter, en relación con sus principios constitutivos, sigue siendo percibido por El Kremlin como invariable en esencia desde su creación en 1949. Desde allí, un enfoque realista de la política internacional en Europa permite a Rusia erigir nuevos modelos, más proactivos, que estaban preconcebidos para conservar su Status Quo. La segunda expansión de la OTAN en el 2001 atrae a su órbita nueve países más de Europa del Este y la respuesta de Rusia no se produce de inmediato, y tampoco en dirección a la Europa Occidental, sino hacia la periferia de la región euroasiática en refuerzo de la Comunidad de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (ОДКБ)
Un antecedente del modo operativo en Ucrania fue el apoyo ruso al separatismo en Georgia durante más de una década, y el reconocimiento de las regiones autónomas de Osetia del Sur y Abjasia en 2008, lo que precedió a la intervención militar de Moscú en ese país, dando evidencia del doble filo del principio de la autodeterminación de los pueblos. Es el mismo año en el que Kosovo se declara independiente de Serbia (el principal aliado ruso en los Balcanes) y en el que Rusia redefine los ejes de su política internacional, cargados de elementos de carácter cultural.
Esta carga cultural que intenta desmarcar a Rusia de Occidente, no excluye necesariamente el reconocimiento a la OTAN como fuerza geopolítica, con quien la cooperación en materia de seguridad y defensa (trátese de crisis regionales o del terrorismo global) es un imperativo para mantener la estabilidad -sobre todo en Europa- pero advierte sobre el rechazo de la expansión de la organización y asoma elementos de contención a los cuales la alianza del Atlántico ha respondido de manera precaria, sobre todo en el caso de Ucrania.
Independientemente de ello, ambos bloques se expanden, aunque mediante distintos procesos y tempos en los que necesariamente intervienen los Estados Unidos. Conforme a esto, es preciso entender que, si bien es cierto que la OTAN funciona como bloque militar, el proceso de toma de decisiones consulta a los 27 miembros entre los cuales Estados Unidos es el actor dominante, y cuya posición le permite ejercer presión tanto sobre los miembros de la alianza como sobre Rusia. De allí la razón de Sergei Kortunov al afirmar que la relación de Rusia con la OTAN es, ante todo, una relación con los Estados Unidos.
LA POLITICA EXTERIOR DE RUSIA COMO ACTOR EN EL MERCADO ENERGETICO DE EUROPA
En efecto, los principios insuperados de la guerra fría, que fueron la génesis de la OTAN con los acuerdos de Washington, intentan aun por hoy sostener la doctrina de Hastings L. Ismay, respecto a Rusia y los Estados Unidos como actores en Europa. La proyección del crecimiento de Rusia en el mercado energético y su impacto en la economía europea fueron anticipados por los Estados Unidos décadas atrás, pero la elaboración de un plan efectivo y su ejecución con el objetivo de “Mantener a Rusia fuera” han sido infructuosos y más bien contraproducentes.
La difícil tarea de Washington de minimizar la influencia de Rusia en Europa, y al mismo tiempo, presentar opciones reales a la creciente dependencia rusa en el continente, ha tenido pocos exponentes. El gasoducto Nabucco, las iniciativas de abastecimiento a Europa con Gas Natural Licuado (GNL) y las sanciones a Nord Stream 2 en mayo de 2021 (que terminó en un ataque cibernético al gasoducto estadounidense Colonial Pipe, un estrado de emergencia y el sucesivo levantamiento de dichas sanciones) no han logrado allanar el terreno para una sustitución de importaciones en el viejo continente. Pero un conflicto como el de Ucrania ha mostrado la posibilidad de la primera etapa de la deseada ruptura, aunque poco se ha sopesado el costo.
Conforme a la reanudación de las sanciones a Rusia, Europa ha tenido que atravesar por grandes dilemas al momento de evaluar la posición de la Unión Europea y la OTAN respecto al conflicto en Ucrania, tanto en la dimensión estratégico-política como en la económica. En Alemania, el alta a la certificación del gasoducto Nord Stream 2 (que habría duplicado el volumen de las exportaciones del gas ruso a ese país) evidencia que la presión internacional y la opinión pública tiene peso en los procesos de decisión política en Berlín, y obliga a repensar la estrategia de abastecimiento. ¿Pero a que costo? El 40% del gas que consume Europa viene de Rusia, así como el 65% del gas que consume Alemania. En consecuencia, estas sanciones podrían crear efectos adversos, sobre todo en el costo de vida para el ciudadano común, seguido de un alza en la inflación, algo que podría impactar, en primer lugar, a los gobiernos vulnerables a la opinión pública.
En este sentido, las sanciones a Rusia son indirectamente sanciones a Europa, y llegan en un momento en el que las alternativas de suministro energético simplemente no existen. Las sanciones a Rusia no ocurren, como se cree, con la entrada de Putin en la región del Donbass (que ya estaba prevista), sino con el sorpresivo avance de Moscú sobre toda Ucrania, consolidando el temor de tener a Rusia en las puertas de Europa Occidental, especialmente en los países que solían estar tras la cortina de hierro. Estados Unidos, de igual manera, impone sanciones a las importaciones de gas y petróleo rusos.
Con información de Afds.org
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