#Opinión | El origen de la Revolución de Mayo en el Río de la Plata- Por Juan Pablo Bustos Thames

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La “Revolución de Mayo” fue un evento significativo en la historia de la América hispana. Este movimiento se gestó de forma exclusiva en Buenos Aires. Se concretó en un Cabildo Abierto y luego se proyectó, bajo la forma de Revolución, al resto de las provincias que integraban el Virreinato del Río de la Plata; que luego conformaron las actuales: Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia.

Se trató de un avance ideológico exclusivamente porteño donde, a diferencia de la gesta de la Independencia, no intervinieron en absoluto, las restantes provincias.

¿Por qué estalló en Buenos Aires? Básicamente, por su condición de ciudad portuaria, con importante movimiento comercial, gran movilidad social; y básicamente, un fluido contacto con Gran Bretaña; situaciones éstas que no se daban en el resto del Virreinato. Los criollos iban ganando una influencia significativa, a raíz del progreso económico. Los padres de muchos de nuestros próceres ejercían un oficio, o tenían comercios que habían prosperado; y pudieron, en muchos casos, enviar a sus hijos a las Universidades del Imperio Español, ya que Buenos Aires, en esa época, carecía de Casa de Altos Estudios.

Juan José Paso era hijo de un panadero, y se recibió de abogado en Córdoba; Juan José Castelli era hijo de un “boticario” (farmacéutico) y se graduó en Charcas; su primo, Manuel Belgrano, era hijo de un italiano (genovés) que comercializaba géneros; y se doctoró en Salamanca. Manuel Alberti, era hijo de un comerciante de origen italiano, y se doctoró en Córdoba en “los dos derechos”. Cornelio Saavedra, era estanciero y comerciante. No concurrió a la Universidad, pero se dedicó a la política municipal. Llegó a ser regidor (miembro del Ayuntamiento local) y Alcalde de Primer Voto de Buenos Aires, lo cual le dio la fama para después ser electo, por sus pares, Jefe del Regimiento de Patricios.

De este modo, los criollos habían adquirido fortuna, formación y prestigio de los cuales carecían muchos españoles; que, sin embargo, seguían siendo los preferidos al momento de acceder a los cargos más importantes. Muchos americanos conocían también a los autores que habían inspirado a la Revolución Francesa. Algunos pocos hasta estaban al tanto de los principios de la Revolución Norteamericana.
Ignacio Núñez, testigo de aquellos días, diría, al respecto: “en cuanto á los Estados Unidos, aún cuando se tenían algunas nociones generales sobre su revolución, ni se conocía su poder y su política, ni se contaba con un solo motivo que hubiera hecho presumir disposiciones favorables en su gobierno”.
Uno de los factores que más irritaba a los criollos era la desigualdad de trato y el aire de superioridad con el que los trataban los peninsulares, sobre todo los recién llegados. Se sentían como ciudadanos de segunda, y no se les consultaba en los asuntos públicos.

En la faz comercial regía el “Monopolio”. El puerto de Buenos Aires únicamente estaba abierto al comercio con barcos españoles con origen o destino a Cádiz. Era común que los comerciantes de Buenos Aires, como ser los Pueyrredon, tuvieran familia también en dicho puerto, y por tal motivo, mezclaban sus relaciones familiares con operaciones comerciales.
Ello, evidentemente, generaba sobreprecios y deslealtad comercial; ya que los únicos bienes que se podían comerciar eran de procedencia española, carísimos; y a los únicos a quienes se podían vender los productos locales: cuero, tasajo y sebo, era a esos mismos comerciantes, comprados a precios viles, para después revendérselos a sus socios de Cádiz, a un mejor valor.

Influencia del factor británico

El efecto se agravó después de las Invasiones Inglesas (1806-1807). Si bien es cierto que antes sobrevolaban ciertos aires de autonomía; éstos eran aislados y no tenían el consenso con el que contaron después. La razón era que el Imperio Español lucía poderoso y nadie atinaba a sublevarse en contra del Rey.

Sin recibir ayuda alguna de la Metrópoli, milicias urbanas improvisadas; donde pesaban mayormente las “unidades criollas” o americanas (Patricios, Arribeños, Pardos y Morenos, Húsares y Granaderos de Fernando VII); lograron sorprendentemente rechazar al ejército profesional británico, que había logrado batir hasta al mismísimo Napoleón. Eso les dio a los criollos el convencimiento de que era posible, llegado el momento, apoyarse en esas mismas fuerzas para tomar el poder. Y eso fue lo que hicieron.

Después de que Napoleón invadiera España en 1808, Gran Bretaña pasó, de enemiga, a ser una aliada necesaria de la resistencia hispana al usurpador francés. Los buques británicos empezaron a ser bien recibidos en las colonias españolas; ya que portaban noticias sobre lo que ocurría en la Península, y podían transportar a funcionarios españoles, armas, provisiones, y ocasionalmente, contribuir a defenderlas ante una eventual amenaza francesa.

Los ingleses aprovecharon la ocasión para acercarse a los criollos y alentarlos, en sigilo, en sus planes separatistas. Su presencia potenció el contrabando de bienes prohibidos. A la noche, y en costas apartadas de las autoridades, se comerciaba con los barcos británicos. Se introducían, de este modo, bienes de mejor calidad que los españoles, a menor costo; y se vendían los productos locales, a mejor valor.

La caída de casi toda la Península en manos francesas, reveló la inutilidad de mantener el monopolio con una Metrópoli que ya no podía comprar nuestros productos, ni proveernos lo que necesitábamos. En 1809 Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli convencieron al Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros de la necesidad de abrir el Puerto de Buenos Aires al libre comercio con los barcos ingleses.

Cisneros accedió, con la finalidad de granjearse la confianza de los criollos y la simpatía del nuevo aliado inglés. La reacción de los comerciantes monopolistas españoles no se hizo esperar, y lograron que el Virrey extendiera tal apertura únicamente hasta el 19 de mayo de 1810.
Ello generó un profundo disgusto en los comerciantes ingleses, que por esa época ya se habían comenzado a instalar en la ciudad; y también exacerbó los ánimos en los criollos; generando el caldo de cultivo necesario para la Revolución.

El propio Cisneros no se engañaba, y descreía de las intenciones verdaderas de los británicos, a quienes vería aún con recelo y como adversarios. Nos narra que los ingleses eran los principales artífices del contrabando que prosperaba en nuestras costas; refiriéndose a sí mismo, en tercera persona: “introducían clandestinamente cuantiosos cargamentos a cuyo impedimento no bastaron cuantas providencias tomó para infringir las leyes aumentando el resguardo, poniendo patrullas de caballería por la playa y guardacostas marítimas, como con acuerdo de una junta general de autoridades el involuntario partido de permitir un provisional permiso para que por medio de consignatarios españoles y pagando los derechos establecidos, se introdujeran las mercaderías inglesas, hasta tanto que el gobierno superior de la Nación (a quien dio cuenta) determinase correctas providencias y [con] una suma vigilancia consiguió el mantener su gobierno”.

Es de suponer que los mismos ingleses fogonearon a los revolucionarios, para evitar la pérdida de sus beneficios comerciales. El advenimiento de la Junta revolucionaria fue saludada con salvas de artillería disparadas por buques británicos fondeados en la rada del puerto de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1810, encabezados por la propia goleta Mistletoe; apenas pocos días después de que venciera la efímera apertura del puerto a los buques ingleses.
A criterio del mismo Cisneros, los británicos tuvieron mucho que ver en el estallido de la Revolución: “en mediados de mayo de 1810 resultas de haber llegado un buque inglés con gacetas de que anunciaba la disolución de la Suprema Junta Central, la entrada de los franceses en las Andalucías, y como hecha la total ruina de España, conmovió los ánimos de aquellos habitantes, de los que mucha parte conservaban las primeras ideas de independencia que les hiciesen concebir los mismos ingleses en su primera conquista, el deseo de otros de adquirir lo que no tenían y en general el de sacudir el yugo que por tal consideraban la sujeción a su Madre España”.
Cisneros no se engañaba. Sabía que existía un grupo de “sediciosos secretos”, que pretendían sustraer estos dominios de la corona española; el cual se fortalecía paulatinamente, a medida que llegaban noticias de las victorias napoleónicas en la península y que toda España caía bajo el poder francés.

El uso del “Cabildo Abierto”

Hoy nos llama la atención que una institución netamente municipal, como el Cabildo de Buenos Aires (en su conformación “ampliada”, es decir, integrado por la parte “principal y más sana del vecindario”) se hubiera atrevido a destituir a un Virrey, representante del Monarca en estas tierras, con jurisdicción en todo el Virreinato, y no sólo en la Capital. Sin embargo, había antecedentes para proceder de ese modo.

Después las Invasiones Inglesas, ante la actitud del Virrey Rafael de Sobremonte de huir de la ciudad, con los caudales reales; el pueblo indignado, se reunió en “Cabildo Abierto” y resolvió la destitución del Virrey, en nombre y representación de todo el Virreinato.

Esta decisión fue luego confirmada por el Rey Carlos IV; quien designó a Santiago de Liniers en reemplazo de Sobremonte.

Además de ello, el 1º de enero de 1809, y disconformes con la gestión de Liniers, ante su origen francés y la Invasión Napoleónica a España, sectores peninsulares ligados al entonces Alcalde de Primer Voto, don Martín de Alzaga, intentaron destituir al Virrey, por medio de una decisión del Cabildo presidido, precisamente, por Alzaga. Esta intentona fracasó ante la rápida intervención de los cuerpos criollos en defensa del Virrey.

Las consecuencias de este hecho fueron significativas: se disolvieron los cuerpos que habían apoyado la asonada y se deportó a los responsables, entre ellos a Alzaga. Es decir: se despejó el horizonte de eventuales adversarios a un levantamiento criollo; ya que no existían otros cuerpos militares para oponérseles, y los líderes realistas encaramados en el Cabildo habían sido desterrados.

Estos precedentes por sí solos ya avalaban la “autoridad moral” que tenía el Cabildo de Buenos Aires por sobre los demás del Virreinato para destituir a un Virrey y designar a un Gobierno sustituto.

De este modo, una entidad netamente municipal de la ciudad de Buenos Aires puso fin al ciclo colonial e inició una gesta revolucionaria que daría origen a las actuales naciones del Cono Sur.

Juan Pablo Bustos Thames
Escritor invitado

Abogado, Ingeniero en Sistemas de Información, Profesor Universitario, Funcionario del Tribunal de Cuentas de Tucumán, Director de la Cámara de Comercio Exterior de Tucumán, estudioso de la historia, escritor, realizador y conductor televisivo y de documentales. Miembro de la Fundación Federalismo y Libertad y la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP).

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