Colombia a segunda vuelta: un candidato de izquierda y un populista de derecha se enfrentarán en junio
Dos candidatos antisistema, Gustavo Petro, de izquierda, y Rodolfo Hernández, de derecha, alcanzaron los dos primeros lugares en las elecciones presidenciales
Petro, “Fico” y Fajardo, los tres candidatos claves que van por la Presidencia de Colombia
El exsenador Gustavo Petro, favorito en todas las encuestas, alcanzó la nominación de la izquierda; el exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez será el candidato de la coalición de la derecha y Sergio Fajardo, exgobernador del departamento de Antioquia, representará a la alianza de centro
Concluye votación en las elecciones colombianas ‘más importantes’ del país en décadas
Dos candidatos antisistema, Gustavo Petro, de izquierda, y Rodolfo Hernández, un populista de derecha, se quedaron con los dos primeros lugares en las elecciones presidenciales de Colombia el domingo, en un golpe sorprendente a la clase política conservadora que domina el país.
Los dos hombres se enfrentarán en una elección de segunda vuelta el 19 de junio que se perfila para ser una de las más relevantes en la historia del país. Están en juego el modelo económico del país, su integridad democrática y los medios de vida de millones de personas empujadas a la pobreza durante la pandemia.
La contienda entre Petro y Hernández, dijo Daniel García-Peña, un politólogo colombiano, enfrenta “cambio contra el cambio”.
Cincuenta y cuatro por ciento de los votantes elegibles participaron en la elección, la misma tasa que en 2018, cuando Petro se enfrentó al actual presidente, Iván Duque, y a otros candidatos.
La jornada electoral, en la que votaron millones de colombianos, fue pacífica, a pesar de la creciente intranquilidad en partes del país que han visto un resurgimiento de grupos armados.
Si Petro gana en la segunda vuelta, el próximo mes, se convertirá en el primer presidente de izquierda de Colombia, un hito para un país que ha sido gobernado durante mucho tiempo por una clase dirigente conservadora.
En su discurso tras la votación en un hotel cercano al centro de Bogotá, Petro apareció junto a su compañera de fórmula y dijo que los resultados del domingo mostraban que el proyecto político del actual presidennte y sus aliados “ha sido derrotado”.
Luego pasó rápidamente a hacer advertencias sobre Hernández, al decir que votar por él era un retroceso peligroso y desafiar al electorado a apostar por lo que calificó de un proyecto progresista, “un cambio de verdad”.
Su ascenso refleja no solo un viraje a la izquierda en toda América Latina, sino un impulso contra los gobiernos de turno que ha cobrado fuerza a medida que la pandemia ha agravado la pobreza y la desigualdad, intensificando la sensación de que las economías de la región están construidas principalmente para servir a la élite.
Petro ha prometido transformar el sistema económico de Colombia, que según él alimenta la desigualdad, mediante la ampliación de los programas sociales, el cese de la explotación petrolera y el cambio de orientación del país hacia la agricultura y la industria nacionales.
Colombia ha sido durante mucho tiempo el aliado más fuerte de Estados Unidos en la región, y Petro está pidiendo un reajuste de la relación, lo que incluye cambios en el enfoque de la guerra contra las drogas y una reevaluación de un acuerdo comercial bilateral que podría llevar a un choque con Washington.
Gutiérrez, quien cuenta con el apoyo de gran parte de la clase dirigente conservadora, aboga por ajustes modestos del statu quo, como destinar más dinero a los gobiernos locales.
Hernández, quien era relativamente desconocido antes de empezar a subir en las encuestas en los últimos días de la campaña, impulsa una plataforma populista contra la corrupción, pero ha hecho saltar las alarmas con su plan de declarar un estado de emergencia para lograr sus objetivos.
“Hoy perdió el país de la politiquería y la corrupción”, dijo Hernández en un mensaje de Facebook dirigido a sus seguidores tras los resultados del domingo. “Hoy perdieron las gavillas que creerían que serían gobierno eternamente”.
Muchos votantes están hartos de la subida de los precios, el alto desempleo, los bajos salarios, el aumento de los costos de la educación y el incremento de la violencia, y las encuestas muestran que una clara mayoría de los colombianos tiene una opinión desfavorable del actual presidente, Iván Duque, a quien en gran medida se considera parte de la élite conservadora.
La elección se produce en un momento en que las encuestas muestran una creciente desconfianza en las instituciones del país, incluida la Registraduría Nacional, un organismo electoral. La registraduría cometió fallas en el recuento inicial de los votos de las elecciones legislativas en marzo, lo que ha causado la preocupación de que los candidatos perdedores en la votación presidencial declaren que hubo fraude.
El país también está experimentando un aumento de la violencia, lo que socava el proceso democrático. La Misión de Observación Electoral calificó este periodo preelectoral como el más violento de los últimos 12 años.
Tanto Petro como su compañera de fórmula, Francia Márquez, han recibido amenazas de muerte, lo que condujo a un fortalecimiento de sus medidas de seguridad, incluyendo guardaespaldas con escudos antidisturbios.
A pesar de estos peligros, las elecciones le han dado un nuevo ímpetu a muchos colombianos que durante mucho tiempo creyeron que sus voces no estaban representadas en los niveles más altos del poder, brindando al proceso una sensación de esperanza. Ese sentimiento de optimismo está en parte inspirado por Márquez, exempleada doméstica y activista medioambiental y quien, en caso de que gane su candidatura, sería la primera vicepresidenta negra del país.
Su campaña se ha centrado en la lucha contra la injusticia sistémica, y su lema más popular, “vivir sabroso”, que podría interpretarse algo así como “vivir rico y con dignidad”.
Petro, un izquierdista, y Hernández, un populista de derecha, se dirigen a una segunda vuelta en un golpe a la clase política tradicional
Dos candidatos antisistema, el izquierdista Gustavo Petro y el populista de derecha Rodolfo Hernández, tomaron los primeros lugares en las elecciones presidenciales de Colombia, asestando un duro golpe a la clase política dominante y conservadora de Colombia.
Ambos se enfrentarán en una segunda vuelta electoral el 19 de junio, que se perfila como una de las más importantes en la historia del país. Está en juego el modelo económico del país, su integridad democrática y los medios de vida de millones de personas empujadas a la pobreza durante la pandemia.
Con más del 99 por ciento de los votos contados el domingo por la noche, Petro recibió más del 40 por ciento, mientras que Hernández recibió poco más del 28 por ciento. Hernández venció por más de cuatro puntos porcentuales al candidato de la clase política dominante, el conservador Federico Gutiérrez, quien había estado en segundo lugar en las encuestas.
La inesperada victoria de Hernández en segundo lugar revela a una nación ansiosa por elegir a alguien que no esté representado por los principales líderes conservadores del país.
“Es un voto en contra de Duque, en contra de la clase política”, dijo Daniel García-Peña, politólogo colombiano, refiriéndose al actual presidente, Iván Duque, quien asumió el cargo hace cuatro años con el apoyo del conservador más poderoso del país, Álvaro Uribe.
El enfrentamiento entre Petro y Hernández, dijo, contrapone “cambio contra el cambio”.
Petro es un senador de izquierda y excombatiente rebelde que propone una modificación del sistema económico capitalista de Colombia. Se pensaba que la segunda vuelta del próximo mes sería frente Gutiérrez.
Sin embargo, los votantes decidieron que Petro se enfrentará a Hernández, un empresario y exalcalde con una plataforma anticorrupción y una irreverencia al estilo de Donald Trump, quien hasta hace unas semanas era en buena medida desconocido.
La elección se caracterizó por una profunda frustración con la pobreza crónica, la desigualdad y la creciente inseguridad. El país tiene una inflación del 10 por ciento, una tasa de desempleo juvenil del 20 por ciento y una tasa de pobreza del 40 por ciento.
Al mismo tiempo, las encuestas de la firma Invamer muestran una creciente desconfianza en casi todas las instituciones, incluido el Congreso, los partidos políticos, las Fuerzas Armadas, la policía y los medios de comunicación.
Tal desilusión generalizada ha llevado a muchos votantes a rechazar las dos fuerzas impulsoras de la política colombiana, dijo Peña-García: las dinastías políticas dominadas por unas pocas familias y el uribismo, un conservadurismo de línea dura llamado así por su fundador, Uribe, quien fue presidente de 2002 a 2010.
Tanto Petro como Hernández proponen caminos nuevos —y radicalmente distintos— para el país.
De ser elegido en la segunda vuelta, Petro sería el primer presidente de izquierda en la historia colombiana. Propone una expansión amplia de los programas sociales, al tiempo que sugiere detener todas las nuevas exploraciones petroleras, lo que cortaría una fuente de ingresos importante.
Su base incluye a muchos colombianos que creen que la derecha les ha fallado.
“Este es el despertar de muchas juventudes que, de verdad, se dieron cuenta de que a nuestros abuelos y a nuestros padres los engañaron”, dijo Camila Riveros, de 30 años, simpatizante de Petro. “Les metieron toda la historia de salvación que en realidad no era verdad”.
Hernández, exalcalde de una ciudad de tamaño mediano, ha formulado su campaña alrededor de un solo tema —encarcelar a los corruptos— pero no está tan claro cuál es su postura en otros temas.
Ha propuesto combinar varios ministerios para ahorrar dinero y declarar un estado de emergencia durante 90 días para atender la corrupción, lo que ha generado temores de que cierre el Congreso o suspenda a los alcaldes.
Sin embargo, algunos votantes dijeron sentirse atraídos por sus promesas. “Creo que su visión empresarial de las cosas es comparable a Trump”, dijo Salvador Rizo, de 26 años, consultor de tecnología que vive en Medellín.
“Creo que los otros candidatos están viendo una casa que se está incendiando y quieren apagar ese fuego y dejar la casa al descubierto”, dijo. “Creo que la opinión de Rodolfo es: aquí hay una casa que puede ser un hotel enorme en el futuro”.
Genevieve Glatsky colaboró con la reportería desde Bogotá.
“Hoy perdió el país de la politiquería y la corrupción”, dijo Rodolfo Hernández, el candidato derechista antisistema, en un mensaje de Facebook dirigido a sus seguidores luego de que los resultados del domingo lo pusieran en un cercano segundo lugar detrás de Gustavo Petro.
La victoria inesperada de Hernández en segundo lugar revela a una nación ansiosa por elegir a alguien que no esté representado por los principales líderes conservadores del país.
El candidato había llevado a cabo una campaña desprovista de gran parte de los adornos tradicionales de la política colombiana. El domingo su equipo compartió imágenes suyas del día de las elecciones que lo mostraban en traje de baño en la piscina con su nieta mientras que sus rivales acudían a emitir su voto rodeados de hordas de periodistas y votantes.
“Hoy perdieron las gavillas que creerían que serían gobierno eternamente”, decía su mensaje de victoria.
“Soy consciente de la necesidad de unir nuestro país en el camino de cambio”, continuaba. “Y soy consciente de las dificultades que vendrán cuando asuma la presidencia de la república”.
En los meses previos a las elecciones, la mayoría de los políticos conservadores más poderosos así como gran parte de la comunidad de negocios, se alinearon para respaldar a Federico Gutiérrez, candidato de la clase política gobernante.
Pero apenas minutos después de que Hernández asegurara el segundo puesto, miembros clave de la élite política empezaron a darle su apoyo.
“El triunfo de Rodolfo es el triunfo contra el establecimiento”, dijo en Twitter María Fernanda Cabal, una senadora influyente de derecha cuyo esposo lidera una poderosa asociación de la industria ganadera. “El país necesita cambios, no el suicidio que ofrece Petro, pero sí autoridad, orden y la prosperidad que ofrece un empresario como él”.
La noche del domingo, Gutiérrez dijo que apoyaría a Hernández, una decisión que probablemente le acarree muchos de los cinco millones de votos de Gutiérrez al exalcalde de la onceava ciudad más grande de Colombia en la segunda vuelta, a celebrarse en junio.
En un centro empresarial en Bogotá, rodeado de sus seguidores, Gutiérrez dijo que su decisión era un esfuerzo por “cuidar la democracia y cuidar la libertad”.
“No queremos perder el país”, dijo.
En ningún momento se anticipó que Gutiérrez respaldara a Petro, un oponente ideológico. Pero no había quedado claro si apoyaría a Hernández.
El anuncio presenta un desafío enorme para Petro, quien algunos analistas políticos consideran que ya alcanzó su techo en materia de votantes y podría en la práctica podría darle la presidencia a Hernández, un candidato comodín con pocas políticas firmes quien hasta hace unas semanas era básicamente desconocido en Colombia.
Megan Janetskycolaboró con la reportería desde Bogotá.
Los resultados de la segunda vuelta podrían modificar la política de EE. UU. en la región
Los resultados de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales del mes próximo en Colombia podrían poner a prueba la relación de Estados Unidos con su aliado más confiable en América Latina, lo que tendría consecuencias de importancia para la región.
Una victoria de Gustavo Petro significaría el primer gobierno izquierdista de la historia colombiana, y podría alterar los lazos especiales que Colombia ha establecido con Estados Unidos a lo largo de décadas de gobiernos conservadores.
El lazo entre ambos países ha hecho de Colombia la piedra angular de la política de seguridad de Washington en América Latina y, a cambio, la ha convertido en el mayor receptor de ayuda estadounidense en la región.
Durante su campaña, Petro prometió reevaluar la relación, que incluye colaboraciones cruciales en materia de drogas, Venezuela y comercio.
De resultar electo, Petro dijo que revisará el tratado de libre comercio de Colombia con Estados Unidos, insinuando que el acuerdo actual está obstaculizando la capacidad de su país para pasar de exportar materias primas a desarrollar más sus propias industrias.
También ha indicado que va a restaurar las relaciones de Colombia con el gobierno autoritario del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, lo que amenazaría al último bastión de los vacilantes esfuerzos de Estados Unidos por aislar a su principal adversario sudamericano.
Colombia es el único país del sur del continente que está haciendo respetar por completo la política estadounidense de “presión máxima” contra Maduro, lo que ha resultado en el aislamiento de Venezuela de la economía global, sanciones contra los principales funcionarios venezolanos y el reconocimiento de Juan Guaidó, el líder de la oposición, como presidente interino del país.
Pero las sanciones no han logrado desbancar a Maduro ni lo han obligado a aceptar que se realicen elecciones libres, mientras el líder autoritario se ha adaptado a la presión económica y otros líderes en la región que estaban alineados con Estados Unidos perdieron poder.
Petro dijo que Colombia necesita tener relaciones diplomáticas con Venezuela para atender la violencia endémica que afecta a grandes zonas de los más de 1600 kilómetros que comparten ambos países y para permitir que los negocios colombianos reactiven el comercio transfronterizo.
Tal vez lo más crucial es que Petro dijo que actualizaría la posición de Colombia en la guerra contra las drogas. En las últimas dos décadas, Estados Unidos ha vertido miles de millones de dólares en Colombia para ayudar a sus gobiernos a detener la producción y exportación de cocaína, con pocos resultados.
“Hay que variar esa política que ha fracasado”, le dijo Petro a los periodistas durante un evento de campaña en marzo. “No se puede mantener por inercia o por negocios, lo que no es eficaz ni para Colombia ni para los Estados Unidos”.
Para atacar el narcotráfico de Colombia, Petro dijo que daría prioridad al desarrollo rural en lugar del enfoque actual, que consiste en erradicar las plantaciones de coca y extraditar a los traficantes para que enfrenten juicios en Estados Unidos. El candidato, no obstante, descartó la legalización de la cocaína.
Sin embargo, su promesa de cambiar el modo en que su país maneja las drogas ha causado alarma en Washington, dijo Adam Isacson, experto en política de seguridad colombiana en la Washington Office on Latin America, un grupo de investigación.
Si Petro ganara, dijo, “creo que este será el punto álgido de conflicto entre ambos países”.
¿Peligra la democracia colombiana?
Colombia alberga una de las democracias más longevas de América Latina, y sobrevivió incluso durante décadas de violencia que amenazaron con desgarrar el país.
Sin embargo, este ciclo electoral ha planteado serias dudas sobre si el país se dirige hacia una crisis democrática.
“Estoy muy preocupada”, dijo Elisabeth Ungar, una analista política colombiana de larga trayectoria, y añadió que el país estaba en medio de “un retroceso” democrático como no había visto antes.
Existe una desconfianza generalizada en el sistema de votación tras las elecciones al Congreso realizadas en marzo, en las que la registraduría, uno de los principales organismos electorales, no incluyó más de un millón de votos en su recuento inicial, muchos de ellos para la coalición de Gustavo Petro.
Una encuesta reciente de la empresa Invamer mostró que el 40 por ciento del país tenía una opinión negativa de la registraduría.
En medio de las dudas electorales, también crece la tensión entre Petro y las fuerzas armadas, lo que aumenta la preocupación de que ambos se dirijan a un enfrentamiento en caso de que gane.
Esa tensión llegó a un punto álgido el mes pasado, cuando Petro acusó a varios generales de recibir dinero de un grupo criminal, sin aportar pruebas. El jefe del Ejército, el general Eduardo Zapateiro, replicó llamando a Petro corrupto, incluso a pesar de una disposición constitucional que prohíbe a los miembros de las fuerzas armadas la intervención en temas de política.
El presidente Iván Duque, adversario político de Petro, defendió al general, avivando aún más las tensiones.
Si Petro gana, “no creo que haya un golpe de Estado”, dijo José Luis Esparza, coronel retirado. “Pero va a haber muchos conflictos internos”.
Todo esto se desarrolla en un país con un largo historial de asesinatos políticos.
Laura Gamboa, politóloga en la Universidad de Utah, dijo que había importantes razones para preocuparse por la salud de la democracia colombiana.
En primer lugar, en su opinión, las instituciones de control del país, incluidas las oficinas del fiscal y del procurador general, se han debilitado bajo el mandato de Duque, un presidente conservador que, según dijo, nombra a aliados partidistas para los puestos más altos, y que ha apoyado repetidamente a las fuerzas de seguridad tras las acusaciones de violaciones a los derechos humanos durante su presidencia.
La situación no hace más que empeorar, según Gamboa, debido a un nuevo ciclo de violencia que ha provocado desplazamientos, masacres y el asesinato de cientos de líderes comunitarios, sofocando la participación democrática.
La Misión de Observación Electoral, una organización local de la sociedad civil, calificó este reciente periodo preelectoral como el más violento de los últimos 12 años.
En segundo lugar, Gamboa dijo que, de ser elegido, Petro asumirá funciones en medio de acusaciones de una tendencia autoritaria.
Daniel García-Peña, un politólogo que trabajó con Petro entre 2002 y 2012, dijo que como alcalde de Bogotá, la capital, Petro eludió al Concejo Municipal y a menudo no escuchaba a los asesores.
En 2018, cuando Petro se presentó como candidato a la presidencia y perdió, declaró que la elección fue un fraude, una afirmación que ha repetido.
Una victoria para el candidato que está en segundo lugar, Federico Gutiérrez, también podría representar una amenaza para la estabilidad del país, dijo Gamboa. Gutiérrez es considerado como el sucesor de Duque en un momento en que muchos votantes están frustrados por la creciente pobreza, la desigualdad económica y la inseguridad, y piden un cambio significativo.
“Si gana Fico”, continuó, utilizando el apodo del candidato, “creo que es verdad que lo que vamos a ver son movilizaciones y levantamientos constantes. La gente está harta”.
¿Un presidente de izquierda para Colombia? Los jóvenes tendrían la palabra
Luego de un inesperado ascenso de rebelde clandestino a alcalde de Bogotá y rostro obstinado de la oposición colombiana, Gustavo Petro podría convertirse en el primer presidente de izquierda de Colombia, un hito para una de las sociedades más políticamente conservadoras de América Latina.
Y, en cierta medida, su auge ha sido impulsado por el electorado joven más numeroso, bullicioso y tal vez más indignado en la historia del país, un sector que exige la transformación de una nación caracterizada por una profunda desigualdad social y racial.
En la actualidad, casi nueve millones de votantes colombianos tienen 28 años o menos, la mayor cantidad en la historia; son una cuarta parte del electorado. Están inquietos: crecieron con la promesa de la educación universitaria y buenos empleos y se ven decepcionados ante el panorama actual, también están más conectados al mundo digital y posiblemente más empoderados que cualquier generación anterior.
La generación joven actual enfrenta una inflación anual del 10 por ciento, una tasa de desempleo juvenil del 20 por ciento y una tasa de pobreza del 40 por ciento. Muchos dicen sentirse traicionados por décadas de líderes que han prometido oportunidades pero han cumplido poco.
La gente joven ha encabezado las protestas contra el gobierno que llenaron las calles de Colombia el año pasado y han dominado la conversación nacional durante semanas. Al menos 46 personas murieron —muchos eran manifestantes jóvenes que no estaban armados y muchos perdieron la vida en encuentros con la policía— en lo que se conoce como “el paro nacional”.
En una encuesta de mayo realizada por la empresa Invamer, más del 53 por ciento de los votantes de entre 18 y 24 años y alrededor del 45 por ciento de los de 25 a 34 años indicaron que planeaban votar por Petro. En ambos grupos etarios, menos de la mitad de esa cifra dijo que votaría por Federico Gutiérrez, el candidato de las élites conservadoras, o por Rodolfo Hernández, un exalcalde con una plataforma populista y anticorrupción.
La elección sucede durante un momento difícil para el país. Los sondeos muestran una insatisfacción generalizada con el gobierno del actual presidente, Iván Duque, respaldado por la misma coalición política que apoya a Gutiérrez, así como una frustración ocasionada por la pobreza crónica, una brecha de ingresos cada vez mayor y la inseguridad, que se han intensificado durante la pandemia.
Algunos analistas esperan que los jóvenes acudan a votar en cifras récord, impulsados no solo por Petro sino también por su candidata de fórmula, Francia Márquez, una activista ambientalista de 40 años con un enfoque de género, raza y con conciencia de clase y quien se convertiría en la primera vicepresidenta negra del país.
“La generación de TikTok que está muy conectada con Francia, que está muy conectada con Petro, va a ser determinante”, dijo Fernando Posada, un analista político de 30 años.
Pero muchos jóvenes votantes tienen dudas de la capacidad de Petro para cumplir sus promesas.
En Fusagasugá, Nina Cruz, de 27 años y empleada de un café, dijo que Petro le fallaría a las familias con más dificultades de Colombia y dijo que no le gustaba en particular su pasado como miembro de un grupo rebelde de izquierda.
El país tiene una larga historia de milicias violentas que dicen ayudar a los pobres y acaban por aterrorizarlos.
“Lo que está diciendo es: ‘Yo voy a ayudar a los pobres. Yo hago esto por los pobres’”, dijo. “Y a ciencia cierta es pura mentira”.
¿Quién es Rodolfo Hernández, el candidato de derecha que ganó impulso al cierre de la campaña?
La cobertura de la elección de Colombia se ha enfocado sobre todo en el favorito de izquierda, Gustavo Petro, a quien las encuestas muestran por delante de Federico Gutiérrez, candidato de derecha de la clase política tradicional. Pero en los días previos al cierre de campaña ha surgido un candidato de derecha que es de algún modo un recién llegado a la política, Rodolfo Hernández.
Hernández, de 77 años, empresario y exalcalde de Bucaramanga, una ciudad al norte de Colombia, se ubica en el tercer lugar en los sondeos, detrás de Petro y Gutiérrez, según una encuesta reciente de la empresa colombiana de medios Semana.
Y su porcentaje estimado del voto ha ido en aumento. Hernández pasó de 9,6 por ciento en abril al 19 por ciento en mayo, según la encuesta de Semana, mientras que Gutiérrez cayó del 25 por ciento en marzo al 21 por ciento en mayo.
Hernández se ha presentado como el candidato anticorrupción y ha propuesto recompensar a los ciudadanos que reporten casos de corrupción, designar a los colombianos que ya viven en el exterior para que ocupen cargos diplomáticos, lo que dice que representará ahorros en viajes y otros gastos y prohibir las fiestas innecesarias en las embajadas.
Daniel García-Peña, politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, dijo que Hernández era un candidato comodín que había logrado empatizar con los votantes frustrados al concentrarse en un solo mensaje: acabar con la corrupción.
“La campaña de Rodolfo es: Cárcel a los corruptos. Punto”, dijo García-Peña. “Y eso conectó”, añadió, “hay mucha rabia contra la clase política”.
Pero algunas de las propuestas de Hernández han sido criticadas como antidemocráticas.
En particular, ha propuesto declarar un estado de emergencia durante 90 días y suspender todas las funciones judiciales y administrativas para atender la corrupción, lo que ha generado temores de que cierre el Congreso o suspenda a los alcaldes.
En una entrevista con The New York Times, Hernández dijo que declarar un estado de emergencia no sería una violación de las normas democráticas puesto que tendría que aprobarlo la Corte Constitucional.
“Haremos todo conforme a la razón y el derecho”, dijo. “Nada por la fuerza. Nada que viole los derechos constitucionales y legales”.
Durante su mandato como alcalde, se le reconoció por eliminar un déficit presupuestario y por invertir en infraestructura en barrios pobres.
Pero renunció al cargo en 2019 luego de que la Procuraduría General lo acusó de una participación indebida en un contrato fallido de manejo de basura. Hernández dijo que los cargos eran una “aberrante patraña” y alegó ser objeto de persecución política. A pesar de la controversia, salió de la alcaldía con una aprobación del 84 por ciento.
En diciembre de 2021, la Procuraduría le abrió otra investigación a Hernández por modificar de manera irregular un manual de gobierno durante su gestión.
A lo largo de los años, Hernández ha llegado a los titulares por sus meteduras de pata y su uso de lenguaje explícito.
En 2016 dijo ser un admirador del “gran pensador alemán”, Adolf Hitler, luego se disculpó el año pasado aduciendo que había querido decir Albert Einstein. A principios de este año, pareció no darse cuenta de inmediato que Vichada es un departamento de Colombia.
James Bosworth, un analista de Latinoamérica, escribió en su boletín que, si Hernández logra acabar en segundo lugar el domingo, “aventaja a Petro, quien no está nada preparado para esa contienda”.
Francia Márquez, exempleada doméstica y activista, podría llegar a ser la primera vicepresidenta negra de Colombia
Por primera vez en la historia de Colombia, una mujer negra está cerca de la cima del poder ejecutivo.
En cuestión de meses, Francia Márquez, una activista ambiental del Cauca, un departamento montañoso en el suroeste de Colombia, se transformó en un fenómeno nacional, movilizando décadas de frustraciones de los votantes y persuadiendo al candidato que lidera las encuestas, Gustavo Petro, a nombrarla como su compañera de fórmula.
Su ascenso es significativo no solo porque ella es negra en una nación donde los afrocolombianos suelen ser objeto racismo y deben enfrentar barreras estructurales, sino porque tiene orígenes humildes en un país donde la clase económica a menudo define el lugar de una persona en la sociedad. La mayoría de los expresidentes recientes se educaron en el extranjero y están relacionados con las familias poderosas y las personalidades influyentes del país.
A pesar de los avances económicos en las últimas décadas, Colombia sigue siendo muy desigual, una tendencia que ha empeorado en medio de la pandemia, siendo las comunidades negras, indígenas y rurales las más rezagadas. El 40 por ciento del país vive en la pobreza.
Márquez, de 40 años, dijo que decidió postularse para el cargo “porque hemos tenido gobiernos a espaldas de la gente y de la justicia y de la paz”.
“Si ellos hubieran hecho un buen gobierno, yo no estaría aquí”, dijo sobre la clase política.
Creció durmiendo en un piso de tierra en una región azotada por la violencia relacionada con el largo conflicto interno del país. Quedó embarazada a los 16 años y se fue a trabajar a las minas de oro locales para mantener a su hijo, luego buscó trabajo como empleada doméstica interna.
Alrededor de los 13 años se convirtió en activista, en medio de una propuesta para expandir un proyecto de represa que buscaba desviar un río importante de su región y que cambiaría la vida de su comunidad. Con el tiempo, asistió a la facultad de derecho y lanzó y ganó una campaña legal para impedir que las principales empresas mineras lograran mudarse a su zona.
Para un sector de los colombianos que claman por un cambio y por una representación más diversa, Márquez es su defensora. La pregunta es si el resto del país está preparado para ella.
Algunos críticos la han calificado de divisiva, y han dicho que forma parte de una coalición de izquierda que busca destruir, en lugar de construir sobre, las normas del pasado.
Tampoco ha ocupado un cargo político, y Sergio Guzmán, director de la consultora Colombia Risk Analysis, dijo que “hay muchos interrogantes sobre si Francia sería capaz de ser comandante y jefe, si manejaría la política económica, o la política exterior, de manera que diera continuidad al país”.
Sus opositores más extremos han apuntado directamente a ella con clichés racistas, y critican su clase y legitimidad política.
Pero en la campaña electoral, el análisis persistente, franco y mordaz de Márquez sobre las disparidades sociales en la sociedad colombiana ha impulsado una discusión sobre la raza y las clases sociales de una manera que rara vez se ve en los círculos políticos más poderosos del país.
Estos temas que “muchas de nuestras sociedades los niegan o los tratan como temas menores”, dijo Santiago Arboleda, profesor de historia afrocolombiana en la Universidad Andina Simón Bolívar, “hoy están en primer plano”.
El espectro de las protestas nacionales del año pasado pesa sobre los candidatos presidenciales de Colombia
La primavera pasada, las protestas sacudieron a Colombia durante dos meses; miles de personas salieron a las calles de sus principales ciudades, los manifestantes bloquearon las carreteras y, en ocasiones, la policía respondió con fuerza letal. Al menos 46 personas, muchas de ellas manifestantes, murieron.
El detonante de las protestas fue un ajuste fiscal propuesto por el presidente Iván Duque, conservador, que muchos colombianos sintieron habría dificultado aún más la supervivencia en una economía ya de por sí agobiada por la pandemia.
Sin embargo, el desahogo se transformó rápidamente en una expresión generalizada de indignación por la pobreza y la desigualdad —que han aumentado a la par de la propagación del virus— y por la violencia con la que la policía reaccionó al movimiento.
La primera exigencia de los manifestantes fue la eliminación del proyecto tributario. Sin embargo, las demandas se expandieron con el paso de los días para incluir llamados para que el gobierno conservador garantice un salario mínimo, detenga la violencia policial y retire un plan de reestructuración en materia de salud que, según los críticos, resulta insuficiente para solventar problemas sistémicos. Todos estos temas se convirtieron en puntos clave durante las campañas.
En respuesta a las protestas, Duque puso en marcha varios programas destinados a ayudar a las familias con dificultades, pero eso no sirvió para calmar la indignación. Y con el paso del tiempo, las protestas dividieron aún más a una sociedad ya polarizada: los partidarios dicen que las marchas son la única manera de conseguir que una clase política atrincherada los escuche, y los opositores dicen que los mensajes de los manifestantes han sido eclipsados por los actos violentos de algunos de ellos.
Aunque las manifestaciones se calmaron en julio, muchos de los problemas que alimentan la ira de los colombianos siguen existiendo y están llevando a los votantes a las urnas.
El principal candidato a las elecciones del domingo, Gustavo Petro, de izquierda y exalcalde de Bogotá, ha prometido poner fin al modelo económico capitalista del país y ampliar enormemente los programas sociales, prometiendo introducir el trabajo garantizado con una renta básica, cambiar el país a un sistema único de salud público y aumentar el acceso a la educación superior, en parte aumentando los impuestos a los ricos.
Federico Gutiérrez, candidato de la derecha, ha prometido impulsar el crecimiento económico, luchar contra la corrupción, reforzar la seguridad y mejorar la vida de los pobres. Rodolfo Hernández, un rostro relativamente nuevo en la derecha, se ha autoproclamado el candidato anticorrupción.
Entre los votantes jóvenes hay entusiasmo, pero también inquietud.
“Lo que queremos es que haya oportunidades para todos”, dijo hace poco Lauren Jiménez, una estudiante universitaria, en un evento de campaña en Cartagena.
Pero “si Petro no cumple va a pasar lo mismo que en el gobierno de Duque, un estallido social”, advirtió. “Porque nosotros nos cansamos de quedarnos quietos”.
Francia Márquez en el Cauca: ‘Hoy están partiendo la historia de este país en dos’
Francia Márquez, la activista medioambiental que aspira a convertirse en la primera vicepresidenta negra de Colombia, podría haberse inscrito para votar en la capital del país.
En lugar de ello, el domingo eligió viajar al departamento suroccidental del Cauca, donde se crio, para votar junto a sus vecinos y antiguos profesores.
Márquez, de 40 años, quien creció en la pobreza y estudió derecho, ha dado a las elecciones colombianas un enfoque de género, raza y clase social como pocos candidatos en la historia del país.
Se presenta en la misma candidatura que Gustavo Petro, un antiguo combatiente rebelde reconvertido en político que aspira a convertirse en el primer presidente de izquierda de Colombia. Los dos candidatos han suscitado inquietud entre los votantes más conservadores, que temen que el país se adentre en aguas desconocidas.
Pero la popularidad de Márquez se ha visto en buena medida como el reflejo de un profundo deseo de muchos votantes —negros, indígenas, pobres, rurales— de verse en las más altas esferas del poder.
“Hoy están partiendo la historia de este país en dos”, dijo poco después de depositar su voto. “Hoy una de los nadies y las nadies, de los históricamente excluidos, se pone de pie para ocupar la política. Porque la élite que nos gobernó nunca nos permitió vivir en dignidad, en paz y con justicia social”.
Y continuó: “El cambio es desde abajo, desde la periferia, desde la raíz, desde las regiones históricamente olvidadas”.
En el mismo lugar de votación, Jorge Quinayas, de 60 años, estaba con su hija, Danna, de 11 años.
Quinayas, vendedor de comida, señaló que Márquez había trabajado en las minas de oro y como empleada doméstica para llegar a donde está hoy.
Calificó “responsabilidad” de “todos nosotros, los que hemos sufrido ese tema, de que no hemos tenido la oportunidad de llegar a una base de estudio”, el apoyarla.
Gracias a Márquez, dijo, niñas como su hija ven que pueden “llegar a ser alguien en la vida”.
“Esa es una virtud tremenda”, continuó. “Porque los niños en estos momentos, van a ser Francia”.
Antes de dedicarse a la política, Gustavo Petro perteneció a una guerrilla urbana
Mucho antes de que Gustavo Petro surgiera como un candidato de izquierda que, según las encuestas, es el favorito a la presidencia de Colombia, fue parte del M-19, un grupo guerrillero urbano que buscaba hacerse del poder en nombre de la justicia social.
Para algunos votantes colombianos, su pasado es fuente de preocupación luego de décadas de conflicto armado en el país. Para otros, es una señal de esperanza en uno de los países más desiguales de América Latina.
El M-19 nació en 1970 en respuesta a un supuesto fraude en las elecciones presidenciales de ese año. Era mucho más pequeño que la principal fuerza guerrillera del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, que era marxista y se refugiaba en las selvas y en las zonas rurales colombianas.
El M-19 era un grupo militar urbano formado por estudiantes universitarios, activistas y artistas que buscaban derrocar a un sistema de gobierno que consideraban que había fracasado en disminuir una brecha crónica entre ricos y pobres.
“El M-19 nació en armas para construir una democracia”, le dijo Petro a The New York Times en una entrevista.
Inicialmente, el movimiento intentó promover una imagen al estilo Robin Hood: robaban leche de los camiones de los supermercados para distribuirlos en los barrios pobres y, en un acto de rebelión simbólica, sustrajeron de un museo una espada que Simón Bolívar usó en la guerra de independencia de Colombia.
Petro, de 62 años, se unió al grupo cuando era un estudiante de economía de 17 años consternado por la pobreza que veía en el pueblo donde vivía, a las afueras de Bogotá, la capital.
Si bien el M-19 era menos cruel que otros grupos rebeldes, sí llevó a cabo un acto que es considerado como de los más sangrientos de la historia reciente del país: el sitio del Palacio de Justicia de 1985, que llevó a un enfrentamiento con la policía y el ejército y dejó 94 personas muertas.
El grupo también robó 5000 armas del ejército colombiano y recurrió al secuestro como un modo de conseguir concesiones del gobierno.
Petro, que pasó 10 años en el M-19, sobre todo almacenaba armas robadas por el grupo, dijo Sandra Borda, profesora de ciencias políticas de la Universidad de los Andes en Bogotá.
“Lo que es clave es que no era parte del círculo principal de toma de decisiones del M-19. Estaba muy joven en ese momento”, dijo. “Y no participó tampoco en los operativos más importantes del M-19, los operativos militares”.
Al momento de la toma del Palacio de Justicia, Petro se encontraba en prisión por su participación en el grupo; ha contado que las autoridades lo golpearon y electrocutaron.
Al final, el grupo terminó por desmovilizarse en 1990 en uno de los procesos de paz que se considera entre los más exitosos en la prolongada historia de conflicto del país. Se convirtió en un partido político que ayudó a reescribir la constitución del país para hacerla más enfocada a la igualdad y los derechos humanos.
Petro se postuló al Senado como integrante del partido, con lo que inauguró su carrera política.
Pero incluso si su época de rebelde ha quedado atrás hace tiempo, esta se ha convertido en parte central de los ataques de los candidatos rivales.
“Mientras yo estudiaba y trabajaba por un mejor país, vos pertenecías a un grupo armado”, dijo Federico Gutiérrez, candidato presidencial de derecha, en una publicación de Twitter dirigida a Petro.
Los votantes expresan esperanza y temor al abrir las mesas de votación
Al abrir las urnas en Bogotá, la capital de Colombia, un nombre se escuchaba una y otra vez en un barrio de clase obrera donde los cerros están repletos de casas de ladrillo de precaria construcción: Gustavo Petro.
Petro es el rebelde convertido en político que intenta convertirse en el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia, una victoria que representaría un hito para una de las sociedades más políticamente conservadoras de América Latina.
En un centro de votación en el barrio de Egipto, Luis Franco, un trabajador de mantenimiento de 61 años, dijo que había tenido dificultades para mantener a su esposa y dos hijos con un empleo que paga el salario mínimo, y que con la pandemia sus problemas solo habían empeorado.
Estaba entre las decenas de personas que se formaron para votar a las 8 a.m., a pesar de los cielos encapotados y la lluvia.
“Esperamos que esta elección beneficie, más que todo, a todos los pobres y la gente del campo”, dijo. “Hay mucha desigualdad e intentamos sobrevivir con lo que tenemos”.
Y añadió: “Esperamos que el señor Petro haga unos cambios que necesita Colombia”.
Al norte de ahí, en un barrio de clase media alta llamado La Cabrera, en una plaza convertida en centro de votación, muchos electores estaban mucho más escépticos de los cambios propuestos por Petro.
Varios de sus críticos repitieron la misma afirmación: que sus políticas conducirían a una crisis económica parecida a la de la vecina Venezuela.
Adriana Badillo, de 52 años, de pie con su esposo, dijo que votaría por Federico Gutiérrez, un candidato respaldado por gran parte de la comunidad empresarial que ha prometido cambios más modestos al statu quo.
“Siento que es un candidato fuerte y que puede llevarnos a una continuidad de democracia, no como otros candidatos que posiblemente nos puedan llevar a algo como Venezuela”, dijo. “Y prefiero a mi país libre, a la gente libre y una economía mejor para todo el mundo”.
En estas elecciones, dijo, hay “un miedo de que llegue a la presidencia un candidato que nos puede llevar a un comunismo”.
¿Qué proponen los candidatos a la presidencia de Colombia?
Al acudir a las mesas de votación este domingo, los colombianos enfrentan una decisión que podría cambiar significativamente al país.
Las encuestas previas a la elección mostraban que Gustavo Petro, senador y exintegrante de un grupo rebelde, llevaba la delantera frente a dos exalcaldes de derecha, Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández.
De ganar Petro, sería la primera vez que uno de los países más conservadores en materia política de la región elige a un presidente de izquierda.
Esto es lo que hay que saber sobre las plataformas de los tres principales candidatos:
Petro, un senador de 62 años y exintegrante de un grupo rebelde que fue alcalde de Bogotá, ha prometido replantear el modelo económico capitalista del país y expandir ampliamente los programas sociales. Entre sus propuestas, que planea financiar en parte con impuestos para los más ricos, están garantizar una renta básica para los trabajadores, modificar el sistema de salud hacia un sistema controlado por el Estado y aumentar el acceso a la educación superior.
Federico Gutiérrez, de 47 años, es el candidato de la clase política tradicional de derecha y ha propuesto cambios modestos al statu quo mientras se esforzaba por presentarse como un cambio respecto al presidente Iván Duque.
Gutiérrez, conocido como Fico, ganó popularidad como alcalde de Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia y un bastión conservador. Ha prometido aumentar la inversión extranjera, impulsar el crecimiento económico, luchar contra la corrupción, reforzar la seguridad y mejorar la vida de los pobres.
Por su parte, Rodolfo Hernández, de 77 años, empresario y exalcalde de Bucaramanga, una ciudad al norte de Colombia, se ha posicionado como el candidato anticorrupción.
Hernández, quien era relativamente desconocido antes de empezar a escalar en las encuestas en los días previos al cierre de las campañas, impulsa una plataforma populista que propone, entre otras medidas, recompensar a los ciudadanos que reporten casos de corrupción y ahorrar dinero público al designar a los colombianos que ya viven en el exterior para ocupar cargos diplomáticos.
Hernández ha causado preocupación con su plan de declarar un estado de emergencia para lograr sus objetivos.
El surgimiento de grupos armados vuelve a amenazar a Colombia y ensombrece las elecciones
Se suponía que el acuerdo de paz de Colombia, firmado en 2016 por el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, daría paso a una nueva era de tranquilidad en un país que soportó más de cinco décadas de conflicto. El acuerdo consistía en que los rebeldes dejarían las armas, mientras que el gobierno inundaría las zonas de conflicto con oportunidades de trabajo, aliviando así la pobreza y la desigualdad que dieron origen a la guerra.
Pero en muchos lugares, el gobierno nunca llegó. En lugar de ello, a numerosas zonas rurales de Colombia han vuelto los asesinatos, los desplazamientos y una violencia que, en algunas regiones, es ahora tan grave, o peor, que antes del acuerdo.
Las masacres y los asesinatos de defensores de derechos humanos se han disparado desde 2016, según Naciones Unidas. Y el desplazamiento sigue siendo sorprendentemente alto, con 147.000 personas obligadas a huir de sus hogares solo el año pasado, según datos del gobierno.
No es porque las FARC, como fuerza de combate organizada, hayan vuelto. Más bien, el vacío territorial que dejó la antigua insurgencia, y la ausencia de muchas de las reformas gubernamentales prometidas, han desencadenado un marasmo criminal a medida que se forman nuevos grupos, y los antiguos mutan, en una batalla por controlar las florecientes economías ilícitas.
Los críticos dicen que este nuevo ciclo de violencia es alimentado en parte por la falta de compromiso del gobierno con los programas en el acuerdo de paz. Y apaciguar la creciente inseguridad será una de las tareas más importantes y desafiantes de quien sea el próximo presidente del país.
El presidente de Colombia, Iván Duque, ha dicho que un tercio de las disposiciones del acuerdo ya se han aplicado en su totalidad, lo que sitúa al país en vías de completar el acuerdo dentro del plazo de 15 años. Sin embargo, dejará el cargo en agosto tras una caída de sus índices de aprobación que, según muchos, refleja tanto la preocupación por la seguridad como la creciente frustración por la falta de empleos bien pagados.
“En el gobierno actual hay un problema de desaprovechar la oportunidad de un acuerdo”, dijo Marco Romero, director de Codhes, un grupo de derechos humanos, calificando el actual nivel de violencia de “escandaloso”.
Algunos expertos en seguridad advierten que si el gobierno no asume un papel más crucial en el combate a estas milicias y en el cumplimiento de las promesas del acuerdo, el país podría dirigirse hacia un estado más parecido a México —asolado por las bandas de narcotraficantes que se disputan el territorio— que a la Colombia de principios de este siglo.
“Hay un largo camino por recorrer para volver a 2002”, dijo Adam Isacson, director de supervisión de defensa en la Oficina de Washington para América Latina, refiriéndose al recuento de víctimas durante uno de los peores años de la guerra. “Pero ahora mismo estamos en ese camino”.