Para quienes hemos visto el desmantelamiento de Venezuela en manos del chavismo es inevitable preocuparnos al ver paralelismos con el actual proceso político colombiano cuya fase actual podría culminar con la llegada de Gustavo Petro y la izquierda indefinida al poder. Es cierto que Petro no es Chávez pero está siguiendo las mismas tácticas para lograr el control del Estado colombiano y luego intentar su implosión para sustituirlo por una estructura tolerante con ideologías extrañas a los valores históricos de la sociedad colombiana. Al igual que chávez en su momento Gustavo Petro le dice a cada quien lo que quiere escuchar, esto le ha permitido pasar los exámenes de una oligarquía financiera, de unos monopolios mediáticos, y hasta de una élite militar que lo consideran potable y aceptable como presidente.
En buena medida Petro estaría accediendo al poder como resultado del triunfo de esa ideología de la tolerancia que ha gangrenado las instituciones del estado colombiano, incluyendo a sus fuerzas armadas. Esta ideología es la que ha permitido que hoy buena parte del poder judicial colombiano esté controlado por jueces permisivos con los grupos guerrilleros y lo que ellos significan con el pretexto de la inclusión. Parece que muy temprano se ha olvidado que la paz en Colombia sólo fue posible luego de la derrota militar de la guerrilla y el narcotráfico.
Grupos políticos y militares que no lograron reventar al estado colombiano en una guerra abierta ahora operan desde adentro buscando su implosión de la mano de la candidatura de Gustavo Petro. El uso de instituciones como el poder judicial para buscar el desmantelamiento del estado colombiano es algo muy parecido a lo que el chavismo hizo en Venezuela.
Además de la connivencia de la burguesía financiera y el apoyo de empresarios de medios de comunicación Petro se ve favorecido por la ausencia de una verdadera alternativa que contraste su retórica populista con una tesis política firme en defensa de la nación colombiana. Por el contrario la gran mayoría de los candidatos que enfrentan a Petro quieren parecerse a él y copian su discurso ambivalente con el afán de ganar apoyos de un electorado que parece encantado con los cantos de sirena. La tragedia de Colombia hoy es que el estado de partidos está obligado a depender de politiqueros, no de estadistas, que parecen más preocupados por las próximas elecciones que por las próximas generaciones.
Sin embargo, hay notables diferencias entre el proceso político colombiano y el venezolano que nos animan a un moderado optimismo. Aun ganando la presidencia de la República y logrando mayoría en el parlamento Gustavo Petro tendrá que enfrentar poderosos factores políticos, sociales y militares que estarían dispuestos a pelear en el sentido literal de la expresión para defender la integridad territorial y los valores de la sociedad representados en el actual estado colombiano.
A diferencia de Venezuela en Colombia hay una larga tradición de lucha de la sociedad contra el narcotráfico y la guerrilla. Se trata de una guerra que costó millones de vidas y que unió a la gran mayoría de los colombianos contra las fuerzas que intentaron destruir la nación colombiana. Hay conciencia en amplios sectores de la sociedad colombiana que no se puede ser indiferente frente a las políticas disolventes que trae Petro.
Igualmente Colombia cuenta con unas fuerzas Armadas con un alto sentido de patriotismo y responsabilidad en la preservación de las instituciones de la nación colombiana. Es cierto que las ideologías tolerantes y disolventes ya están operando en el seno de la elite militar, pero aun así existen amplios sectores con tradición y experiencia en las fuerzas armadas dispuestos a defender los valores históricos de la sociedad colombiana.
Los intentos de Petro para adecuar al estado colombiano a una versión débil y permisiva con los enemigos históricos de la sociedad colombiana serán enfrentados por sectores que aún tienen una presencia decisiva en la política. Desmantelar al Estado colombiano será mucho más difícil que lo experimentado en Venezuela, pero ante la ausencia de una opción política alternativa y patriótica no se puede descartar.
La llegada de Gustavo Petro al Palacio de Nariño podría significar el comienzo del fin para Colombia tal como la hemos conocido hasta ahora, con instituciones fuertes y resuelta a defenderse. Pero a diferencia de Venezuela será una batalla de más largo alcance e intensidad que podría verse potenciada por la articulación de una opción política patriótica de carácter civil y militar. El tiempo dirá si Colombia decide transitar el camino de Venezuela o por el contrario regresa y se refugia en su propia historia y valores.-
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