Mucho se ha hablado ya sobre este problema y urge saber si en realidad son doctrinas que se excluyen mutuamente o si es posible fusionarlas, y, en todo caso, dejar bien sentados los principios de una y otra.
¿Fue mejor la época en que se atendía sólo al ornato de la mujer y se descuidaba su inteligencia, en que se la mimaba y se negaban sus derechos? ¿Representa una bancarrota de los valores morales el hecho de que la mujer asista hoy, lo mismo a los campos deportivos que a las universidades, oficinas, talleres, manifestaciones cívicas y urnas electorales?
Los feministas exaltados responderán que “ha sonado ya la hora de liberación de la mujer”, que ha pasado de moda el tipo romántico de la damisela pálida, que la “justicia social” exige que la mujer “viva su propia vida”, que “los sexos son iguales”, en fin… tantos y tantos errores en los que se basa el falso feminismo; errores explicables sólo por la ignorancia o maldad de quienes los proclaman y que tienden a desvirtuar la misión natural y sobrenatural de la mujer.
El falso feminismo ha pretendido hacer de ella un ser egoísta, en lucha constante con el hombre, para disputar con él derechos que redunden sólo en beneficios materiales; ha querido hacer del hogar y la maternidad, cargas insoportables, de la honestidad algo ridículo e incómodo y de todo el conjunto de virtudes femeninas, sentimentalismo absurdo. Tras este feminismo se escudan las amargadas, las sedientas de libertades y placeres negados a su sexo, las incapaces de comprender que su misión, ahora, y siempre, es de ternura, de abnegación, de sacrificio.
Los defensores ciegos de la feminidad, basados en errores no menos peligrosos que los de sus contrincantes, dejarán oír su voz para censurar todas las conquistas de la mujer moderna, negarán las vicisitudes sociales que la han lanzado al campo de actividades, que hasta hace poco tiempo fueron exclusivas del varón, y anatemizarán todo aquello que esté fuera de los dinteles del hogar.
La feminidad mal entendida o llevada a la exageración, hace de la mujer una muñeca, incapaz de bastarse a sí misma y de ocuparse en cosas serias; da pábulo al desarrollo desproporcionado de defectos que, bien encausados, podrían ser virtudes y, en una palabra, la aleja de la senda que ha sido trazada para ella. Bajo esta feminidad sin límites, se amparan las pusilánimes, las frívolas, las tontas.
Por lo tanto, es necesario buscar el equilibrio entre las dos tendencias, entre la razón y el sentimiento, entre las obligaciones y los derechos, es decir, entre el feminismo y la feminidad; que sólo de la síntesis de estas dos tendencias, podrá surgir el tipo de mujer que reclama la hora presente, la mujer fuerte que con suavidad y energía señale a los hombres la ruta que han perdido.
¿Feminismo o Feminidad? El problema ya se planteó desde los gloriosos tiempos de la Grecia clásica. Cuando hombres de la talla de Sócrates, Platón y Aristóteles proponían por primera vez las cuestiones eternas de belleza, justicia y santidad, se va a la mujer tomar parte en aquellas famosas disertaciones y controversias que fueron luchas de ideas, donde nació la chispa de luz que ha llegado hasta nosotros; es en el Siglo de Oro de Pericles, cuando surge la disputa; por una parte, se ve a la mujer pura, esposa y madre que oculta en su hogar permanece aislada de las corrientes filosóficas; y por otra, se ve a la alta cortesana, libre y culta, cuya misión exclusiva era distraer al hombre que buscaba en ella puramente diversión.
En la antigua Roma con frecuencia la mujer, permaneciendo en su hogar, sabía sostener discusiones sobre temas trascendentales, tener opiniones literarias, comprender obras artísticas e interesarse por los problemas sociales; pero el verdadero feminismo, el humano y el justo, universal y pujante, nació más tarde: a la decadencia de la Roma pagana.
El feminismo como doctrina social que pugna por los derechos de la mujer como ser humano y por tanto como ente social, que enseña que la mujer es la compañera y no la esclava del hombre, que le abre las puertas de la cultura y le da armas espirituales y cívicas para defenderse y defender a su hogar y a sus hijos, que enseña a la mujer que tiene una misión en el plan divino de la creación y le hace comprender y amar sus deberes, nació con el Cristianismo.
El Cristianismo asoció a una mujer a la obra de la redención, ¿puede el feminismo llegar a un mayor grado de elevación? María, inmaculada, pura y santa como no ha habido ni habrá mujer alguna, es síntesis perfecta de feminidad y feminismo. Hija, Esposa y Madre de Dios, aplicó toda su feminidad a las labores oscuras de su sexo, toda su abnegación y ternura al cuidado del más santo hogar, toda su fe a las verdades eternas, toda su inteligencia al estudio, todo su amor a Dios y a las almas, todas sus inquietudes al apostolado, su sed de justicia a la salvación de los hombres, y su valor a beber el cáliz de dolor que se le ofrecía.
A su sombra han desfilado en todos los tiempos, las Marías Magdalenas, contemplativas a los pies del Maestro, diligentes para anunciar el evangelio, las Martas, hogareñas y apostólicas; las Verónicas, amante y decididas.
El feminismo cristiano dignifica y eleva a la mujer, sin apartarla de los deberes que le son intrínsecamente propios, cultiva su inteligencia y defiende sus derechos. Largo sería enumerar a los hijos de la Iglesia Católica, defensores de este feminismo racional, a los Jerónimos, los Clementes de Alejandría y los Franciscos de Sales.
Modelos de mujeres feministas, con este feminismo cristiano, son casi todas las del Medioevo que sabían inspirar sublimes ideales, que sabían amar, rezar, y esperar, que aplicaban su habilidad a las labores manuales y su inteligencia al estudio.
¿Feminismo o feminidad? Sin extremismos ni torcidas interpretaciones, ambas deben marchar paralelamente, en la forma y en el contenido, para que de esta corriente resulten, mujeres que estudien y trabajen con fines superiores, no mujeres que fumen y beban cocktails. Mujeres que busquen cultura con espíritu elevado y no con mezquindades tendientes a suplantar al varón y rehuir sus deberes, sino al contrario para realizarlos plenamente como compañeras del hombre y educadoras de sus hijos.
Feminismo, sí; pero en los gallardos moldes de Santa Elena, de Isabel la Católica, de Clara de Asís, de Luisa de Marillac, de Juana de Chantal, de Juana de Arco, de Mme. Curie y Florencia Nightingale.
Feministas fundidas en las forjas propias de la mujer mexicana, abnegada, heroica, santa, amante y recatada. Feministas que en el momento actual pasen lista de presentes en los lugares donde las circunstancias lo exijan, con el corazón encendido en caridad y la mirada preñada de esperanza; con fe en su destino y humildad en su actitud.
Mujeres deportistas, trabajadoras o estudiosas pero siempre mujeres, que en todas partes donde un ser sufra, donde sea necesario mitigar un dolor, inspirar un ideal, dejen lucir la esplendorosa aureola de su feminidad.