Liberalismo y republicanismo

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El uso político de los conceptos de libertad

Abstract

In contemporary political theory we are witnessing an increase of adherents of
republicanism, understood as an alternative discourse to a supposedly exhausted liberalism.
The debate on the concepts of liberty occupies the centre of the discussion. The defence
of the negative concept of liberty attributed to the liberal tradition is contested using an
alternative definition of liberty as non-domination. The present article analyzes the political
consequences of approaching the subject of liberty under such presuppositions, limited to
the emphasis on the clash of contrasting definitions of the concept.


Resumen.

En la teoría política contemporánea estamos asistiendo a un auge del pensamiento republicano, que se presenta como alternativa a un liberalismo que parece agotado. El centro de la discusión lo constituye el debate sobre los conceptos de libertad: el negativo, adscrito al liberalismo, y la “no-dominación”, invocada por los neorepublicanos. En el presente trabajo se analizan las consecuencias políticas de abordar el tema de la libertad únicamente a través de la contraposición de distintas definiciones
que se presentan como incompatibles entre sí.

O Antiliberal | Liberalismo, Capitalismo, Frases


Dos tradiciones teóricas para la crítica política contemporánea

  1. El reciente desarrollo de una tradición neo-republicana que se presenta como alternativa a la actual hegemonía del liberalismo ofrece un inmejorable ejemplo para apreciar cómo se conectan los discursos del pasado y del presente, y los problemas que suscita esa relación. Porque se acude al pasado, a una tradición “derrotada” políticamente, no sólo como parte de un estudio histórico que quiere profundizar en los discursos que tuvieron lugar y que se enfrentaron en un período determinado, sino porque se considera que aporta algo
    que nos puede servir para la crítica del presente, e incluso como inspiración de las políticas públicas de los gobiernos actuales

    En este sentido, podemos afirmar que este debate nos obliga a reflexionar sobre aspectos metodológicos de la teoría política cuyas conclusiones están todavía por llegar, pero que al final implican plantearse si tiene sentido la preocupación por el rigor metodológico o si se trata simplemente de construir discursos legitimadores apoyados en la selección ad hoc de autores y definiciones conceptuales.
    No es este el lugar para abordar una reflexión tan ambiciosa, pero, sin duda, estas cuestiones son las que nos interesa suscitar en lo que sigue, presentando un análisis de la repercusión de las ideas republicanas en el pensamiento contemporáneo, centrado sobre todo en las consecuencias políticas del debate conceptual en torno a la libertad.

  1. La revisión que se ha llevado a cabo en las últimas décadas de determinados pensadores como Maquiavelo o del debate político que tuvo lugar durante las revoluciones inglesa y norteamericana, ha contribuido a identificar una tradición republicana característica, que se presenta, en principio, como claramente diferenciada de la tradición liberal. Ello ha forzado a identificar ciertos rasgos comunes en el pensamiento de estos autores, dejando de lado sus evidentes diferencias. Y la genealogía resultante no está exenta de contradicciones,
    lo que ha dado lugar a una viva discusión sobre la pertenencia de cada uno de ellos a una u otra tradición.

    En realidad, los elementos “comunes” que otorgan su peculiaridad a la tradición republicana permiten diseñar genealogías muy
    variadas, compuestas muchas veces por pensadores que ofrecen las definiciones más ajustadas de los conceptos considerados básicos, pero que paradójicamente aparecen como campeones de ambas tradiciones. Así clásicos del liberalismo como Locke, Montesquieu, Madison o Tocqueville acaban siendo reivindicados tanto desde la tradición republicana como desde la liberal, mientras que otros como Rousseau, que tradicionalmente había sido el estandarte del republicanismo, o no están, o son calificados en algunas ocasiones de demasiado populistas.

    La sensación que ello produce es que cada defensor del neo-republicanismo propone su clasificación en función de las descripciones conceptuales que utiliza para identificar el contenido sustantivo común que justifica agrupar en una misma tradición a autores que escriben en distintos contextos y épocas. Veamos algunos ejemplos de ello.

    En el caso de Pettit (1997), los trazos de la tradición republicana que nos ofrece iría desde Cicerón a Maquiavelo, pasando por los radicales de la Commonwealth, Harrington, Locke, Montesquieu y Madison. Según afirma expresamente, su agrupación está basada en criterios filosóficos, no históricos, que se identifican con la defensa de un concepto de libertad entendida como “no dominación”. No obstante, excluye a los autores a los que atribuye un giro populista que no encaja con la tradición republicana como Rousseau y Arendt, ya que identifican libertad con participación política.

    Otro neo-republicano convencido como Viroli (1999) también comienza con el pensamiento romano y Maquiavelo, y junto a ellos sitúa a Montesquieu, y esta vez si, a Rousseau, aunque sólo para el tema de la igualdad de riqueza. Además, cita para defender algunos aspectos de la teoría republicana a los revolucionarios franceses e ingleses, y a Locke y Tocqueville. Skinner (1998) aborda otra estrategia y es más cauto a la hora de unir autores, y aunque también considera que el hilo que conecta la tradición republicana es su concepción de libertad (concepto neo-romano), incluye en ésta a los autores romanos, a Maquiavelo, a los republicanos ingleses del XVII y a los revolucionarios norteamericanos (Harrington, Sydney, Milton, y otros).

    Otros autores posteriores (Honohan, 2002), intentando recoger todos los argumentos de esta polémica y definir la tradición acaban incorporando a las filas del republicanismo a los pensadores clásicos de Atenas y Roma, a Maquiavelo, Harrington,
    Montesquieu, Madison, Rousseau, Woolstonecraft, Tocqueville, J. S. Mill, Arendt y Taylor. Y la pregunta que necesariamente
    cabe hacerse, llegados a este punto, es si las teorías de todos estos pensadores no tienen en común más diferencias que similitudes. Porque estos intentos de definir la tradición parecen confirmar que se visita a los autores para escoger aquellos elementos que interesan desde la perspectiva contemporánea. Es decir, que teniendo claras las propuestas que se quieren defender ahora, y que se proponen como superadoras de las defendidas por el liberalismo, los neo-republicanos se pasean por la historia cogiendo de aquí y allá las definiciones conceptuales e ideas que más les convienen para justificar sus tesis. ¿Pero es eso aceptable cuando lo que se busca es fundamentar esas propuestas apelando a una tradición que además se presenta como alternativa al liberalismo contemporáneo?

    Curiosamente, después de varias décadas de reflexión sobre el tema el resultado se ha alejado bastante de lo que sus impulsores buscaban, pues lo que muestra son las complejas conexiones que existieron entre liberalismo y republicanismo a lo largo de los siglos XVII y XVIII, contribuyendo así a ofrecer una visión mucho más rica y profunda de la propia tradición liberal. Lo que el análisis histórico refleja es cómo en dicho período las ideas republicanas se transformaron dando lugar a distintas versiones de lo que luego sería considerado pensamiento liberal. Como concluyen diversos autores (Kalyvas y Katznelson, 2006; Máiz, 2007), el desarrollo del liberalismo en realidad fue impulsado por teóricos que desde el discurso del republicanismo clásico buscaban institucionalizar una república estable, que funcionara adecuadamente, adaptada a las condiciones de su época.

    Eran conscientes de las limitaciones que presentaban los modelos clásicos y de la dificultad que suponía aplicarlos a un nuevo contexto muy diferente, el de las repúblicas modernas, que exigían partir del reconocimiento de la existencia de pluralismo social y faccionalismo político, y del respeto de las libertades individuales. Por ello, en su interpretación, pensadores como Paine, Madison o el propio Sieyès introdujeron importantes innovaciones teóricas e institucionales que se convirtieron en parte de la articulación de la tradición liberal. Kalyvas y Katznelson (2006) señalan, además, que lo que resulta irónico es que el ataque republicano al liberalismo se base en la aceptación de una historia que no coincide con la realidad, pero que es la que les interesa mostrar hoy en día a muchos autodenominados liberales.

    Porque el liberalismo es una tradición que agrupa a autores muy diversos a lo largo de distintas épocas, y dependiendo de los que escojamos, el retrato que obtenemos será muy distinto y se ajustará más o menos a lo que nos interese defender (dependiendo de si estamos atacando la tradición o, por el contrario, la queremos hacer nuestra). La mayoría de los pensadores en esta época (XVII-XVIII) se consideraban republicanos, y sólo posteriormente comienza a utilizarse la denominación “liberal” y a construirse la tradición. Pero los argumentos para incluir a unos u otros variaron, sobre todo en función de las simpatías del encargado de construirla y de sus intenciones políticas.

    Por ello, lo más curioso del resurgir republicano es que nos ha ayudado a vislumbrar una tradición liberal enormemente diversa y
    compleja, que no puede reducirse sin más al esquema simplificado con el que a veces se describe. Pero es un resultado no buscado, pues precisamente la delimitación de la tradición republicana supone presentar una tradición liberal lo más negativa posible que destaque las diferencias y no todas las similitudes que existen entre ambas.

La base conceptual: la discusión en torno a los conceptos de libertad

Los problemas que suscita adscribir a cada una de estas tradiciones uno u otro autor se disfrazan porque el verdadero sustrato de la actual reconstrucción de la tradición republicana lo constituye la asunción de ciertos elementos comunes. Pero tampoco encajan todos en una misma propuesta, lo que ha dado lugar a algunas clasificaciones en las que el republicanismo adquiere nuevas etiquetas: elitista, participativo, populista, deliberativo, etc.


Para simplificar, partiremos de los tres elementos del pensamiento republicano que
según indican Ovejero, Martí y Gargarella (2004) constituirían su base común:la defensa de un concepto de libertad diferente a los habitualmente identificados como sentidos positivo y negativo, que, y esto es lo principal, justificaría descartar la defensa de un Estado neutral maximizador de la libertad negativa, para legitimar su intervención activa con objeto de garantizar dicha libertad. el énfasis en la promoción de virtudes cívicas ciudadanas, de cierto compromiso social necesario para mantener esa libertad. la demanda de una democracia más fuerte, apoyada en un Estado más intervencionista en el que frente a la neutralidad del Estado liberal se cualifiquen las preferencias, buscando una mayor justicia social.


Cabría afirmar, entonces, que el elemento que aparece como verdaderamente caracterizador de la tradición sería la reivindicación de un concepto de libertad definida como no dominación que legitima una mayor intervención del Estado, precisamente para asegurarla. La asunción de este concepto de libertad específico, supuestamente ignorado en los debates sobre la libertad que se centran en los conceptos negativo y positivo, constituiría entonces el rasgo distintivo del republicanismo.


Sin embargo, el primer problema que suscita esta tesis es que ni siquiera los propios defensores del nuevo significado que pone de relieve la revisión de dicha tradición llevan a un acuerdo sobre su alcance, como muestra la encendida polémica que sobre el tema siguen manteniendo desde hace años dos de sus exponentes más reconocidos: Skinner (con su concepto de libertad neo-romano) y Pettit (libertad definida como “no dominación”).


Pero, como ya hemos comentado, la elección de este concepto para definir la tradición republicana no es algo que surja del mero análisis histórico. Estos autores consideran que puede aportar algo al debate
normativo actual proporcionando elementos suficientes para combatir la hegemonía del liberalismo contemporáneo. Y no hay nada mejor que enfrentarse a él esgrimiendo como valor superior la misma defensa
acérrima de la libertad, eso sí, convenientemente definida.


La libertad republicana tiende a presentarse en muchas versiones como un tercer concepto de libertad que no encaja en la famosa dicotomía berliniana libertad negativa/positiva, y que sería una excelente
alternativa a ella, pues proporcionaría un principio inspirador de arreglos institucionales y decisiones políticas que rompería la hegemonía de la libertad negativa defendida por la tradición liberal. Por eso a la hora
de desarrollar este debate sobre la libertad, la referencia obligada son las descripciones
de los dos conceptos de libertad popularizados por I. Berlin a principios de la década de los sesenta.
Lo que resulta llamativo en relación con ello es darse cuenta del grado en que el análisis
de este autor ha impactado en la reflexión contemporánea sobre este concepto, hasta el punto de que sus tesis se rebaten o defienden como si fueran el fiel reflejo del pensamiento liberal.

Y eso plantea un serio problema, pues la debilidad o vigencia de ciertos planteamientos de Berlin no tiene que
entenderse como propia de toda la tradición, como tampoco son absolutamente fieles las descripciones de los autores que incorpora a su análisis. Por ello, para analizar el impacto de las tesis republicanas sobre la libertad es fundamental partir de la descripción de las definiciones que quiere superar.