La seda es originaria de China, donde se la conoce desde hace milenios. Aún es un misterio cómo se les ocurrió a los súbditos del Imperio Celeste procesar los hilos de los gusanos de seda, tejerlos y obtener, así, un género tan noble.
Primero los chinos, y luego los demás pueblos orientales la utilizaron para confeccionar sus estandartes. Del simple uso textil, cuya manufactura se mantuvo en secreto, durante siglos, la seda pasó a ser utilizada en los estandartes de los ejércitos, por su impacto ante la vista y su majestuosidad al flamear.
Los pendones de seda resplandecían en el horizonte y maravillaban a los enemigos; que no los conocían; y quedaban atontados, contemplándolos. Han llegado a nosotros crónicas de la época de Marco Licinio Craso, magistrado romano en Siria y colega de Julio César y de Cneo Pompeyo Magno en el Primer Triunvirato que se instauró en la República Romana tardía.
Sus legionarios, en ocasión de la batalla de Carras, en la actual localidad de Harrán, en Turquía, durante el año 53 A.C., se sorprendieron al divisar los brillosos estandartes del ejército parto, que les terminó propinando una gran derrota. En la acción, tanto el ex triunviro Craso, como miles de sus legionarios fueron masacrados por los partos. Es el primer registro del uso de banderas de seda, por un ejército, en combate.
Bajo la Edad Media, los secretos de producción de la seda pasaron, del Lejano Oriente, al mundo islámico; y de allí, a Italia, de la mano de los comerciantes venecianos, y los cruzados. La región de Como ganó renombre por producir la seda más valiosa del mundo; y en gran parte, la fortuna y el prestigio de Florencia y Lucca, durante el Renacimiento, provino del comercio de este bello material brillante.
La sericultura pasó a Francia, impulsada por la dinastía de los Valois: Luis XI y Francisco I (el famoso rival del Emperador Carlos V) la establecieron en Lyon, primordialmente.
Con las sangrientas guerras de la religión, que enfrentaron a católicos con hugonotes, durante la segunda parte del Siglo XVI; se paralizó la industria textil francesa.
Calmados los ánimos, con el advenimiento de los Borbones al trono francés, a fines del Siglo XVII; renace la industria en Lyon; y se convierte en la “Capital Europea de la Seda”. Sus operarios se conocían como “canutos”; y miles de ellos, durante el Siglo XVII, trabajaban en los campos de Provenza (región próxima al Mediterráneo y a la frontera con Italia y los Alpes), en la cría de los gusanos, y otros tantos, en los más de catorce mil telares, de la cercana Lyon.
La seda en Inglaterra, España y América
Sacando provecho de los conflictos galos, entre católicos y hugonotes, el rey de Inglaterra, Jacobo I (el primer Estuardo), abrió las puertas a los artesanos protestantes (hugonotes) franceses, para establecer la sericultura en las Islas Británicas. El emprendimiento fracasó; principalmente por el clima del archipiélago y la variedad de moreras que se implantaron, no aptas para la cría del gusano de seda. A fines del Siglo XVIII, y en plena Revolución Industrial, talleres ingleses comenzaron a industrializar los tejidos, con el uso de máquinas hidráulicas y de vapor; en una producción no muy significativa, por los altos costos; ya que los hilos o capullos de seda debían ser importados.
En 1622 los colonos norteamericanos obtuvieron una patente real, de Carlos I (segundo Estuardo e hijo de Jacobo I), para criar gusanos de seda. A principios del Siglo XIX los principales centros productores estaban en: Carolina del Sur, Georgia y Pennsylvania; expandiéndose hacia Nueva Inglaterra, en las décadas siguientes.
En España, los califas cordobeses fabricaban hermosas telas de seda, durante el Siglo VIII, que rivalizaban en calidad y lujo con las de Damasco o Bagdad. Las calles de Córdoba aún tienen varias moreras, en su casco histórico del período omeya; y la historia registra dos “Dar al-Tiraz”, o telares, en cercanías del palacio del Califa. En los siglos subsiguientes, la seda se extendió por Andalucía, y la costa mediterránea. La calidad era tan buena, que hasta los cristianos la compraban. Se conserva una hermosa capa del Rey Alfonso VIII y un lujoso almohadón de su esposa, Leonor de Inglaterra, de fines del Siglo XII.
El reino nazarí de Granada también dio un gran impulso a la seda. Granada se convirtió en un gran mercado, donde venía gente de toda la Europa Medieval para adquirirla; ya que se ahorraban los costos de importarla desde el Oriente. Así nació la “ruta de la seda granadina”; con talleres en varios lugares de la ciudad.
Con la Reconquista Española, culminada por los Reyes Católicos, a fines del Siglo XV, la sericultura andaluza inició su declive. El sitio de Granada, la expulsión de los moros (conocedores de la actividad), una exorbitante suba de impuestos y prohibición de plantar árboles, entre otras desacertadas medidas, hirieron de muerte a esta industria.
Sin embargo, de a poco, la sericultura renació, en España, en las regiones mediterráneas de Murcia y Valencia. Un real decreto de Carlos III, de 1776 procuró impulsar esta actividad, introduciendo beneficios fiscales, eliminando intermediaciones desastrosas para la actividad y fomentando la plantación de moreras, entre otras medidas.
Otro foco interesante para la actividad surgió, curiosamente, en las Islas Canarias, sobre todo en Palma. Cuenta el ingeniero militar Francisco de Gozar, a mediados del Siglo XVII: “La isla da bastante seda, y con la que sacan los tejedores de las otras, y principalmente de la Gomera, mantienen un número de telares, en que fabrican tafetanes muy fuertes que despachaban bien en Tenerife y América”. Para 1775, Palma tenía como tres mil telares; y Tenerife (la isla Canaria más conocida), sólo cuarenta y cuatro. La producción de Palma superaba a la del resto del archipiélago en cantidad y calidad. Llama la atención que seda de las Canarias se exportara al Nuevo Mundo.
En cuanto al Río de la Plata, un sacerdote jesuita, apellidado Termeyer, en 1762, pocos años antes de la expulsión de la orden, intentó implantar la actividad en Córdoba, Buenos Aires y la Banda Oriental. Sin embargo, no hay registros de que hubiera prosperado. Hipólito Vieytes, entre 1802 y 1807, editó en Buenos Aires un periódico denominado “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”. Se publicaba los Miércoles, y sostenía la necesidad de educar a los niños en la sericultura. Lo apoyaba Manuel Belgrano, desde el Real Consulado.
Sin embargo, carecemos de registros históricos que demuestren la instalación de una industria de la seda en estas tierras, salvo alguno que otro emprendimiento artesanal.
La seda, además de ser una tela lujosa y radiante, es también bastante resistente, y dura; cualidad que sólo pierde ante el agua. Por eso era y es muy utilizada en la elaboración de banderas e insignias, desde aquel exitoso estreno, por parte del ejército parto, frente a los desgraciados legionarios romanos de Marco Licinio Craso, en el año 53 A.C.
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