Con esta frase de raíz medieval se suele anunciar, en los países de tradición monárquica, la transición de una soberana que ha fallecido a un nuevo heredero al trono vacante; que suele ser, por lo general, un hijo suyo. De este modo se reseña la continuidad de la sucesión real, y la pacífica transición del poder en el reino.
Ha cobrado la misma singular actualidad, con motivo del reciente deceso de la reina Isabel II del Reino Unido y el advenimiento de su hijo, Carlos III al trono inglés.
No se ha destacado que, además del traspaso de la corona de madre a hijo, esta sucesión implica, también, en la práctica, el cambio de la dinastía reinante en Gran Bretaña.
A diferencia de otro gran país europeo de tradición monárquica intermitente, al cual los hispanos estamos ligados por lazos de sangre, afecto, tradición, cultura y lengua, como lo es España, Inglaterra ha tenido, en casi todos los últimos siglos, permanentes cambios en sus dinastías.
Efectivamente, mientras que desde el Siglo XV hasta la fecha en España se han sucedido básicamente tres dinastías, en las Islas Británicas se ha registrado el doble; con algunas curiosidades en ambos casos.
Partiendo de los Reyes Católicos, que unificaron la Madre Patria, a partir de la segunda mitad del Siglo XV, ambos pertenecían a la familia o dinastía de los Trastámara; pues estos primos regían los reinos más importantes de la península ibérica: Castilla y Aragón. Esta dinastía se transmitió y extinguió con su hija, heredera al trono, que pasó a la historia como Juana, apodada “la loca”. Fue la última representante de la dinastía Trastámara en la península y casi ni siguiera llegó a reinar.
Su hijo, el famoso emperador Carlos V, que llevaba el apellido Habsburgo, heredado de su padre: Felipe el Hermoso (Archiduque de Austria), fue el iniciador de dicha dinastía en la España ya unificada. También se la conoce como casa de Austria, atento al origen del apellido dinástico. Los Habsburgo reinaron desde 1516 hasta 1700. Es decir, por casi doscientos años.
Los Austrias o Habsburgo españoles se extinguieron al fallecer su último integrante, Carlos II sin descendencia. Después de cruentas luchas entre la rama austríaca de los Habsburgos y sus primos, los Borbones franceses, denominadas: “Guerra de la Sucesión Española”, que culminó con la victoria de estos últimos, la dinastía Borbón se instaló definitivamente en la Península, y ha llegado, con algunas intermitencias, hasta nuestros días.
En el camino, Napoleón Bonaparte coló a su hermano mayor José como “rey de España”. El mismo fue desconocido en casi toda la península por los españoles y su reinado duró lo que el Primer Imperio Francés. Caído éste, se restauró la monarquía borbónica.
Otro caso aparte podría mencionarse el del poco conocido rey Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, el unificador de Italia, a quien las Cortes hispanas eligieron rey tras una revolución que destronó a Isabel II de Borbón. Reinó entre 1870 y 1873. Tras abdicar, retornaron nuevamente los Borbones al trono.
Esta última dinastía sufrió, además algunas interrupciones republicanas y el régimen franquista, hasta su restauración con la coronación de Juan Carlos I, su abdicación y el advenimiento del soberano actual, Felipe VI.
En conclusión, y a modo de repaso rápido, en nuestra Madre Patria tuvimos, en los últimos seis siglos tres dinastías principales (Trastámara, Habsburgo/Austrias y Borbón); con unas breves interrupciones: Bonaparte y Saboya, e intervalos republicanos y franquistas.
¿Qué pasaba, mientras tanto, del otro lado del Canal de la Mancha? Pues bien, desde 1154 que prácticamente hubo una estabilidad dinástica en Inglaterra, al haber reinado la dinastía Plantagenet (de origen franco-escocés); la cual se mantuvo prácticamente hasta bien entrado el siglo XV.
Durante la segunda mitad de esta centuria, se entabló una sangrienta guerra civil entre dos ramas menores de esa misma familia: que se conoció como “Guerra de las Rosas”: la casa de York (identificada con la rosa blanca) y la de Lancaster (cuyo signo era la rosa roja). Entre 1455 y 1487. Reyes de ambas familias, según quién triunfara en cada momento, se alternaron en el trono inglés.
Eso fue hasta que Enrique Tudor, emparentado con los Lancaster se hizo con el triunfo definitivo, después de una serie de victorias sobre sus rivales, los primos de la familia York, y se calzó, definitivamente, la corona inglesa, siendo reconocido como Enrique VII. De este modo llegaba al trono del reino más poderoso de la isla una nueva dinastía.
Enrique VII de Inglaterra: el primer Tudor
Los Tudor permanecieron en el poder durante 118 años. La muerte de la última representante de la dinastía, la famosa reina Isabel I, sin descendencia, determinó que la corona pasara al hijo de su odiada prima, a quien ella misma había ordenado decapitar, unos años atrás: la depuesta reina escocesa María Estuardo.
De ese modo, desde 1603 hasta 1714; es decir por 111 años la dinastía de los Estuardo (de origen escocés) fueron la nueva monarquía reinante, tanto en Inglaterra, como en Escocia, unificando ambos países en lo que Jacobo I, el primer Estuardo (e hijo de María) denominaría “Gran Bretaña”.
Entre 1689 y 1702, en forma conjunta con María II Estuardo, se coronó rey a su marido, el príncipe protestante holandés Guillermo de Orange, para reinar con su esposa. Guillermo III fue el único miembro de la dinastía de Orange, que reinó simultáneamente con una Estuardo.
Hubo también una intermitencia republicana de 11 años, cuando el partido parlamentario, encabezado por Oliver Cromwell venció a las tropas reales de Carlos I Estuardo. Este fue decapitado y se impuso un “Protectorado”; experiencia inédita y hasta bizarra en la tradicional Inglaterra monárquica, entre 1653 y 1659.
La muerte de la última Estuardo, la reina Ana, sin descendencia, llevó al Parlamento inglés a llamar a reinar a los parientes protestantes más próximos, para evitar que la corona cayera en manos de la rama católica de los Estuardo, que la reclamaban.
Como vemos, siempre la muerte de una reina ocasiona (salvo en honrosas excepciones) el cambio de la dinastía reinante. El trono pasó entonces a los príncipes alemanes que regían el Electorado de Hannover.
Los Hannover, que se iniciaron con el rey Jorge I, reinaron desde 1714, sin intermitencias, hasta 1901, en que falleciera su última representante, la legendaria reina Victoria, abuela de muchas de las familias reinantes actuales (incluyendo a los Borbones españoles de hoy). Fue la dinastía más duradera del Reino Unido, después de los Plantagenet. Duró 187 años.
Nuevamente, muerta una reina, cambia la dinastía, que toma por apellido el correspondiente al padre del nuevo monarca. Victoria había desposado a su primo, el príncipe alemán Alberto de Sajonia-Coburgo und Gotha.
De este modo es como los Sajonia-Coburgo y Gotha arribaron al trono británico. Siendo el primer monarca de esta casa Eduardo VII, quien ascendió al trono en 1901; y la última, la recientemente fallecida Isabel II. Vale decir, que esta dinastía se ciñó la corona inglesa durante 121 años.
Corresponde mencionar que, a raíz de la Primera Guerra Mundial, que enfrentó al Reino Unido con el Imperio Alemán (gobernado por el Kaiser Guillermo II, también primo de los Sajonia-Coburgo und Gotha), la casa reinante británica decidió cambiar su apellido a Windsor, en un intento por alejarse de sus raíces germanas, atento al sangriento conflicto que tuvo lugar entre 1914-1918 con sus primos del otro lado del canal.
Windsor es el apellido que se le conoce actualmente a la monarquía británica. Sin embargo, la verdadera denominación de la casa real es, como ya señalara: Sajonia-Coburgo und Gotha.
Fallecida la reina Isabel II, ¿qué pasa ahora? Pues bien, el trono queda para su hijo, Carlos III, indudablemente. ¿Entonces: cuál será la dinastía reinante actual? Formalmente, correspondería al nuevo monarca tomar el apellido de su padre, el extinto duque Felipe de Edimburgo. Ahora bien: ¿Qué apellido tenía Felipe? O dicho de otro modo: ¿a qué Casa pertenecía? Se lo conocía como Felipe Mountbatten. Sin embargo, este tampoco era su apellido verdadero.
Felipe descendía de la dinastía que había reinado sobre Grecia (nació en la isla griega de Corfú), que a su vez, estaba enraizada en la monarquía danesa. A esta Casa se la denomina actualmente como de “Grecia y Dinamarca”. Es la misma a la cual pertenece la actual reina emérita Sofía de España (prima del extinto Felipe de Edimburgo).
No obstante lo cual, esa tampoco es la denominación oficial de la dinastía de raigambre danés. A la que se conoce como Casa de Glücksburg, para abreviar. Sin embargo, la denominación oficial y formal de dicha dinastía es un poco más complicada: Casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg-Beck (en danés: Slesvig-Holsten-Sønderborg-Lyksborg); la cual también tiene un claro origen alemán.
Por lo tanto, Carlos III viene a inaugurar, en Gran Bretaña, el advenimiento de una nueva dinastía, de raíces también alemana (como los Hannover y los Sajonia-Coburgo y Gotha; con los cuales se emparenta), pero también con raigambre danesa. Será el primer monarca de la casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg-Beck, que también reina en la actualidad en Dinamarca y Noruega, y supo además regir en Grecia e Islandia.
En conclusión, mientras España tuvo, en los últimos seis siglos básicamente tres dinastías reinantes (con intermitencias breves de otras dos y algunas interrupciones republicanas y franquistas), Inglaterra tuvo en idéntico período seis (sin contar las dos ramas de los Plantagenet que se enfrentaron en la “Guerra de las Rosas”, ni la casa de Orange, o la que inaugura ahora Carlos III, además del interregno republicano durante el “Protectorado” cromweliano).
Curiosamente y en promedio, cada dinastía hispana duró algo más de dos siglos cada una, mientras que las casas inglesas, apenas la mitad, en forma ponderada, en idéntico período.
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