Han pasado ocho años desde el asesinato del fiscal Alberto Nisman, el fiscal argentino que investigaba la responsabilidad de Irán y Hezbollah en el atentado a la AMIA en 1994 y la expansión del terrorismo islámico en América Latina. No solo investigaba el hecho trágico atentado, sino todo un entramado que conectaba al islamismo, el crimen organizado y que precisó de una complicidad local para actuar en 1992, 1994 y 2015.
Quién fue Alberto Nisman
El fiscal fue designado en 2006 por Néstor Kirchner, quien entonces fuera presidente argentino y esposo de la presidente y acusada por Nisman, Cristina Fernández, para alcanzar la verdad en el atentado que había dejado 85 víctimas fatales y más de 300 heridos. El ataque a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) ocurrió el 18 de julio de 1994 en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, cuando un vehículo suicida conducido por una célula de Hezbollah, Ibrahim Hussein Berro, se estrelló en el edificio de la calle Pasteur.
Dos años antes, Argentina también había sido atacada por el terrorismo islámico contra la embajada de Israel en Buenos Aires, un lamentable episodio de la historia sobre el que muy poco se habla.
Ni bien ocurrió el atentado a la AMIA, parte de los entonces servicios de inteligencia argentinos investigaron una pista que era la iraní que articulaba con un nombre hasta entonces desconocido: Moshen Rabbani, un agregado cultural de la embajada iraní en Buenos Aires.
La pista iraní fue avalada por la investigación que dirigía Nisman atando algunos cabos hasta entonces sueltos: altas esferas del gobierno de Irán, una estructura de espionaje ilegal (Brigadas Quds), una fuerza operativa (Hezbollah) y una complicidad local organizada.
El motivo nuclear y una triangulación desde Caracas
Para esos años, la cuestión nuclear entre Irán y la Argentina se había tensado lo suficiente tras la interrupción de contratos entre ambos países. Lo que para Teherán fue una traición, para Argentina fue apartarse, al menos por un rato, de una amenaza entonces naciente.
Desde 1979, Irán se había convertido en un régimen teocrático bajo las órdenes de los Ayatollah y de Jomeini, quienes estaban enviando emisarios a distintos países de América Latina como Argentina y Brasil. Esto último tenía un objetivo: expandir la revolución. Adoptado como un principio de la constitución islámica, los iraníes pretendían expandir su modelo en todo el mundo. Ya para esos años, el programa nuclear iraní comenzaba a crear la amenaza que existe hoy y que tiene al mundo en vilo por su peligrosidad.
A esto hay que sumar una faceta más del gobierno iraní: su constante acoso y accionar contra los israelíes y el pueblo judío dentro y fuera de Israel. Para esta misión se estructuró una verdadera organización militar y de grupos de elite que responden a los Líderes Supremos: hoy en boca de todos después de las represiones en las protestas de Irán, la Guardia Islámica Revolucionaria y las Brigadas Quds, un cuerpo de elite al servicio de los primeros, eran y continúan siendo los responsables de organizar la expansión de la revolución y consolidar los países o grupos satélites de Irán.
Los trabajos que realizaron en Argentina fueron especialmente de estructura de inteligencia y criminal.
Esto le fue encargado a Mohsen Rabbani, quien además de estar en la embajada, era uno de los referentes de la Mezquita At-Tauhid de Flores, una mezquita conocida por su radicalismo. Sobre este aparato de inteligencia criminal y clandestina, hay algunos indicios que permiten afirmar que sigue intacta: la llegada de la aeronave YV3531 de Emtrasur Cargo, una aerolínea venezolana y que tiene vínculos con Mahan Air, aerolínea iraní sancionada por el traslado de armamento a Siria y el Líbano, a Buenos Aires en junio de 2022.
Días después de estacionar en Ciudad del Este, la aeronave llegó al territorio argentino y, por cuestiones climáticas, quedo enredada en un entramado que vinculó a la opinión pública, la política argentina y los servicios de inteligencia de países vecinos. Esto último, en vistas de los atentados ocurridos 31 y 29 años atrás, cobró especial razón cuando se supo que en esa aeronave viajaba parte de la tripulación ligada a esas Brigadas Quds.
Tripulados por Gholamreza Ghasemi, la tripulación estaba vinculada con las Brigadas Quds y los vuelos a Siria y al Líbano para provisión de armamento a Hezbollah, algo alertado no solo por informes del FBI sino por inteligencia de países árabes.
El punto central en América Latina es la alianza estratégica, política, militar y nuclear con Venezuela. Especialmente la relación (hasta personal) entre Mahmoud Ahmadinejad y Hugo Chávez materializada sobre un material clave: el uranio. Desde que Chávez llegó al poder en Venezuela, la empresa nacional Ehdasae Sanat comenzó a operar en el país para la extracción del material que es clave para el programa nuclear iraní. A esto se debe sumar la fabricación de misiles nacionales y las ojivas nucleares.
Argentina aparece en escena durante el 2007 después de que Chávez anunciara los inicios de un programa nuclear venezolano y al momento en que las relaciones con Irán estaban más vivas que nunca. El país persa ya estaba alcanzado por sanciones de todo tipo ya que el Consejo de Seguridad primero y los Estados Unidos después, de forma unilateral, implementaron un paquete de sanciones con el fin de desalentar la propagación nuclear de Irán.
El motivo de las sanciones de entonces buscó el mismo efecto que deberían buscar hoy los nuevos paquetes de penalizaciones: desalentar que el régimen de los Ayatollah, conocido por su carácter represivo, se convierta en una amenaza que encienda el contagio nuclear, es decir, la carrera armamentística nuclear de Arabia Saudí y Egipto. Fue Hugo Chávez quien también favoreció la creación de un monstruo nuclear alojado en Oriente Medio y que hoy, 16 años después, amenaza la seguridad de los países vecinos.
En el 2007 también ocurrió un hecho que despertó todas las alertas: el venezolano Antonini Wilson fue detenido en el aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, con un maletín con 800.000 dólares de la petrolera chavista, un dinero que luego fue señalado como aporte a la campaña del entonces candidato a presidente, Cristina Fernández.
Desde el 2007 entonces la triangulación entre Buenos Aires, Caracas y Teherán se aceitaba lo suficiente como para comenzar a funcionar. Décadas después de los ataques, Irán volvía a encontrar una sólida base operativa.
A partir del 2011 cuando Cristina Kirchner comienza su alineamiento carnal con la Venezuela de Chávez y la República Islámica de Irán gobernada por Mahmoud Ahmadinejad, uno de los gobernantes más reaccionarios del chiismo, Argentina comienza a involucrarse por completo y a dar pasos que luego serían muy difíciles de desandar.
Envalentonados por unas elecciones que le dieron el control casi total del Poder Legislativo, la totalidad del Poder Ejecutivo y avasallando el Poder Judicial, el kirchnerismo comenzó a trabajar en lo que se conocería como el Pacto con Irán firmado en 2013. El Pacto con Irán, declarado inconstitucional en 2014, barría con la causa AMIA para fines políticos: Argentina, que atravesaba una fuerte crisis energética producto de las malísimas políticas del gobierno de Kirchner, decide inclinar el triángulo Buenos Aires-Caracas-Teherán hacia un eje argentino-iraní.
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