Tras siete años de tensiones y al borde del conflicto, las dos grandes potencias regionales de Oriente Próximo acordaron este viernes reanudar sus relaciones diplomáticas, y lo hicieron con la mediación de China, que va cobrando relevancia con una diplomacia más asertiva en la zona. Se trata de un acercamiento de gran importancia, pues Arabia Saudí e Irán estuvieron en más de una ocasión al borde de conflicto directo, y midieron sus fuerzas por medio de una cruenta guerra satelital en Yemen. En dos meses reabrirán las correspondientes embajadas.
Con este acuerdo, China se apunta un importante tanto, y Estados Unidos, que tradicionalmente ha influido más que ninguna otra potencia en la política de la zona, queda relegado a un segundo plano. El acuerdo se ha logrado en el marco de la Asamblea Popular Nacional de China, un encuentro durante el cual el presidente de ese régimen, Xi Jinping, acusó a EE.UU. de expansionista y provocador. Los Estados árabes del Golfo tradicionales aliados de Washington consideran que este se está retirando lentamente de Oriente Próximo, tras el coste de la polémica guerra en Irak.
El acuerdo lo firmaron el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shamkhani, y el consejero de seguridad nacional saudí Musaed bin Mohammed al Aiban. Medió Wang Yi, el diplomático de mayor rango de China. Los medios de comunicación estatales iraníes fueron los primeros en informar del acuerdo y publicaron imágenes y vídeos de la reunión entre los tres, que habían sido tomadas en China.
Nuevo equilibrio
La Casa Blanca ha sido mera espectadora en este importante acuerdo. El presidente, Joe Biden, fue preguntado en una comparecencia en la Casa Blanca para hablar de economía, pero ofreció una repuesta confusa, que puso de relieve la ausencia de su Gobierno en esas negociaciones: «Cuanto mejor que vayan las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes, mejor para todos». Israel no tuvo nada que ver en esos contactos mediados por China. La Casa Blanca no explicó a qué se refería Biden.
Las relaciones de Biden con el reinó saudí han sido irregulares, con duras críticas al heredero Mohamed bin Salman por el asesinato del disidente Jamal Khashoggi seguidas de un viaje a Yeda el pasado mes de julio, en un intento fallido de lograr más producción de petróleo para aligerar la inflación provocada por la invasión rusa de Ucrania. Con Irán, EE.UU. no tiene relaciones, sobre todo después de la retirada de Donald Trump del acuerdo de desnuclearización.
Fue en 2016 cuando Arabia Saudí cortó lazos diplomáticos con Irán, después de que su embajada en Teherán fuera asaltada, saqueada e incendiada por manifestantes movilizados contra la ejecución de un destacado clérigo chií, Nimr Baqr al Nimr. Este lideraba protestas chiíes en el este de Arabia Saudí, un país de mayoría y control suní. La corona saudí lleva años advirtiendo de injerencias de Irán, la gran potencia chií, dentro de su territorio y en el resto del Golfo y Oriente Próximo.
El acuerdo lo firmaron el secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, Ali Shamkhani, y el consejero de seguridad nacional saudí Musaed bin Mohammed al Aiban.
Por entonces comenzaba a amasar poder el actual heredero y gobernante de facto del reino, Mohamed bin Salman. Este llegó a comparar al líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, con el nazi Adolf Hitler, y amenazó abiertamente con bombardear Irán.
Un año antes, en 2015, una coalición liderada por Arabia Saudí intervino militarmente en Yemen para restaurar al presidente Abdrabbuh Mansur Hadi, quien había sido depuesto por fuerzas rebeldes hutíes respaldadas por Irán. Desde entonces una coalición de nueve naciones árabes liderada por los saudíes apoya al Gobierno reconocido internacionalmente del presidente Hadi. Irán apoya a los rebeldes hutíes que controlan la capital, Saná, y otras partes del país. También tienen el apoyo de pequeños grupos militares y tribales en Yemen. Más de 150.000 personas han muerto durante los combates, entre ellas más de 14.500 civiles.
En el marco de esa guerra, en 2019 los saudíes culparon a Irán de una serie de ataques a instalaciones petroleras saudíes que redujeron temporalmente a la mitad la producción de crudo del reino. Aunque los rebeldes hutíes de Yemen reivindicaron inicialmente el ataque, la inteligencia de EE.UU. halló a Irán responsable de su planificación y ejecución.
Trabajo de Pekín
China lleva tiempo buscando un acuerdo de este tipo. El mes pasado, el presidente Xi Jinping recibió al presidente iraní, Ebrahim Raisi, y antes, en diciembre, visitó Riad para asistir a reuniones con países árabes del Golfo. Arabia Saudí es además el principal proveedor de petróleo de China, con un 18 por ciento del total de sus compras de crudo.
La Organización de Naciones Unidas de hecho felicitó expresamente a China por este logro. «Las buenas relaciones de vecindad entre Irán y Arabia Saudí son esenciales para la estabilidad de la región del Golfo», declaró el portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, a la prensa.
Tanto China como Irán se mantienen además como aliados de Vladímir Putin en su invasión de Ucrania, y se han resistido a la estrategia e aislamiento que promueve la Casa Blanca con sus aliados de la OTAN.
Por su parte, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, niega en un correo electrónico que EE.UU. esté perdiendo influencia en la zona: «Rechazo tajantemente la idea de que estamos dando un paso atrás en Oriente Próximo, nada más lejos de la realidad. Queda por ver si los iraníes van a cumplir su parte del acuerdo. No es un régimen que suela cumplir su palabra».
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