Alejo Schapire: “Criticar las políticas israelíes no te hace antisemita, pero si creés que de 200 países hay uno solo que no debe existir…”

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El escritor argentino radicado en Francia acaba de publicar “El secuestro de Occidente” y conversó con Infobae Cultura sobre los efectos de la masacre del 7 de octubre, el antisemitismo, el wokismo y cómo “la izquierda se ha convertido en el caballo de Troya del islamismo radical”

“Dejé de ser de izquierda porque el piso se movió debajo mío, no porque yo me haya trasladado”. Desde Francia, donde reside, Alejo Schapire habla por teléfono con Infobae Cultura. Llegó en 1995 y nunca más se fue: “Me fui quedando, aunque nunca lo decidí”. Es periodista especializado en cultura y política exterior. Escribió La traición progresista y ahora, su novedad editorial se titula El secuestro de Occidente. Nació en Buenos Aires en 1973 y en una familia de clase media. Su padre fue un reconocido editor vinculado a la izquierda, que heredó su editorial de su abuelo, que era comunista. Schapire se llamaba. “Publicó muy buena literatura, muchos refugiados que huían del franquismo. Los libros se siguen consiguiendo en librerías de viejo”, dice Alejo. Sus padres tuvieron también una librería en la calle Uruguay durante muchos años. No era fácil dedicarse a los libros de izquierda en aquella época: “le valió una estadía en la cárcel perseguido por la Triple A”.

“Me ponen en el Liceo Francés porque mi papá había ido al viejo colegio francés y pensaban que, si tenían que huir del país, la red del liceo me hubiese permitido seguir mi escolaridad en cualquier parte”, cuenta. Cursó el CBC de Filosofía y Letras pero terminó en TEA estudiando periodismo. Cuando le surgió la posibilidad de seguir estudiando en Francia, no lo dudó. En Argentina estaba acababa de ganar Menem: “Me parecía que todo lo que venía era una pesadilla”. Trabajó de corresponsal (“Siempre me vi como alguien de izquierda, vinculado a todo lo que es esa familia intelectual: lo lo que leí, mis convicciones y demás. Y el primer lugar adonde mandé un currículum fue Página/12 y el primer lugar donde publiqué y tuve la letra impresa fue en el suplemento de Cultura”) pero con el fin del 1 a 1 tuvo que buscar otra cosa y ahí empezó a trabajar en la Radio Pública Francesa, y ahí sigue hasta el día de hoy.

Publicado hace apenas un par de días por el sello Libros del Zorzal, El secuestro de Occidente continúa los argumentos de su libro anterior, La traición progresista, donde ya decía que Israel era “una obsesión progresista”. Acá asegura que con el fin de la Guerra Fría, “los ideólogos de izquierda mudaron sus teatros de operaciones de las fábricas y sectores rurales a la academia” y “reformularon allí sus doctrinas reclutando nuevos adeptos en los bancos de las universidades, en particular en las más elitistas, que educan a los poderosos del mañana”. También asegura que se cambió “la lucha de clases por la lucha de razas y sexos” y que “el nuevo marco ideológico que combate la universalidad de la condición humana ha creado categorías inmutables y raciales sobre quién es por definición víctima y quién es victimario. Además, habla de “liberar a Occidente de las garras de sus secuestradores: la asociación entre la nueva izquierda autoritaria y el islamismo”.

—¿Qué era el progresismo en el tiempo previo a irte a Francia, y qué era la izquierda?

—Yo me nutrí de todas las corrientes intelectuales que van por la emancipación, por mayor igualdad, por el antirracismo, por el combate de los derechos de las víctimas, tanto del sistema capitalista como del imperialismo, del colonialismo. Y me sentía muy a gusto en eso, que eran fines de los 80, principios de los 90, donde la izquierda era sinónimo de irreverencia, de cultura, de tratar de buscar alternativas al mundo donde el único horizonte capitalista era el consumo. Era una sensibilidad de izquierda en el sentido más amplio, sin ser partidista. Siempre votaba por la izquierda y siempre me reconocía en los reclamos históricos de la izquierda cuando eran sinónimo de mayor libertad de expresión y defensa de los que menos tienen.

—¿Y el multiculturalismo? Ese es un prisma que atraviesa todo el libro: la idea de convivir con otras culturas. ¿Qué es lo que se rompe en ese horizonte y cuándo?

—Me encantaba y era un gran defensor y en alguna medida lo soy. Si entendemos por multiculturalismo a gente que viene de distintos horizontes, con distintas experiencias, sensibilidades, se mezcla y construya una sociedad culturalmente más rica… me parece fantástico. En los hechos, algunos componentes de ese multiculturalismo no querían mezclarse: pensaban que la cultura del país donde llegaban era decadente, que existían contenciosos históricos muy fuertes por la historia colonial francesa. Y cuando empieza el ascenso dela islamización, cuando fracasan los nacionalismos árabes y aparece esta fiebre por la radicalización islamista que hace que el triunfo del Estado Islámico el 11 de septiembre con Al-Qaeda y todo eso, cuando hay una revolución dentro del mundo islámico, la perspectiva de una mezcla empieza a chocar con una realidad mucho más fuerte: que hay gente que tiene otro modo de vida, que piensa que el occidental es nefasto y que las mujeres tienen que comportarse de cierta manera, que la sexualidad tiene que vivirse de tal manera.

Yo era de los que se reía de la teoría del choque de civilizaciones, me parecía una especie de paranoia. Pero cuando vos ves que efectivamente hay alumnos a los que no se les puede enseñar el Holocausto en Francia porque, te hablo de antes del 7 de octubre, dicen es lo mismo que les hacen a los palestinos, cuando ves que las caricaturas de Mahoma terminan con un profesor decapitado, cuando ves los reclamos por terminar con el modelo laico francés de separar la esfera religiosa y la pública, es que hay una avanzada del integrismo cada vez mayor. Hay que ser extremadamente ingenuo para seguir soñando con una mezcla que solo queremos algunos. Y entonces ahí, en la realidad, empieza a revelarse que el modelo de asimilación, integración y convivencia entra en crisis. La Argentina es un éxito de asimilación perfecto: llegás de otro país, hablás el idioma y ya sos uno más que hincha por el equipo nacional. Eso es la asimilación. Pero acá empezó a fracasar: empezabas a tener a nuevas generaciones que estaban mucho más radicalizadas religiosamente que sus propios padres y abuelos, empezabas a tener barrios enteros donde ya la policía dejaba de entrar, los maestros empezaban a autocensurarse porque no podían enseñar evolución, no podían enseñar el Holocausto, no podían tratar el tema de la libertad de expresión, de la homosexualidad. Y ahí te das cuenta de los límites que se encontraban dentro de una sociedad abierta, con gente que tiene convicciones muy fuertes y chocan, quieras o no, con los valores de vivir juntos.

—Esa radicalización está presente, pero no es el mundo árabe completo, ¿no?

—No, no lo es. Y es muy difícil establecer cuál es el porcentaje radicalizado, cuál es el que simplemente demuestra simpatías y cuál es el que se opone. Lo que sí sabemos es que desde el 7 de octubre en todo Occidente los ataques antisemitas han explotado. Y eso no es el hecho de un puñado. Sabemos que en muchos países musulmanes el 7 de octubre fue celebrado. Sabemos que fueron miembros de Hamas los que entraron en los kibutz, pero también fueron civiles, y fueron civiles los que recibieron a los secuestrados en Gaza escupiéndolos y apaleándolos. Sabemos que muchísimas opiniones públicas en occidentales con una demografía fuertemente islámica tienen que ajustar su política exterior a esta situación.

Es muy difícil saber cuál es el porcentaje de una parte que responde al fanatismo y cuál parte considera que son unos excesos que han hecho. No tenemos más nada que ver con una veintena de países islámicos, que tiene el tipo de regímenes que tienen, y el lugar que ocupa la religión, donde no hay separación con el Estado, y sabemos de la suerte de las mujeres, de los homosexuales, de las minorías religiosas. Ahí no podemos decir simplemente que son un grupo de loquitos fanáticos. Hay una doctrina y una cosmovisión que hace que la gente tenga una visión del mundo que no es, desgraciadamente, la que a todos nos gustaría. Sería todo mucho más fácil si fuese un puñado de loquitos que ha secuestrado a millones de personas. Desgraciadamente es más complicado que eso y no es tan difícil establecer una línea para decir “estos son los problemáticos y el resto es gente sensata, simplemente que no llega al poder”.

—El 7 de octubre cambió todo. La situación es compleja y a la vez muy sensible. ¿Qué lectura tenés de la reacción militar de Netanyahu, matando a una cantidad escalofriante de civiles palestinos?

—Tenés razón, es extremadamente complejo y yo no tengo la solución. Es horrible la cantidad de muertos. Eso es un espanto. Nadie puede alegrarse de que mujeres y niños mueran, tengan hambre y estén pasando lo que están pasando desde hace un año. Ahora, el 6 de octubre había un alto el fuego. El 7 de octubre Hamas llevó a cabo un plan que llevó meses de preparación. ¿Con qué sentido? Impedir la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita. Hamas consideró que corrían peligro de quedarse fuera de la mesa de conversación y decidieron sabotear de la manera más salvaje y pornográfica. Porque lo que hicieron lo hicieron con júbilo. Es decir, las masacres, violaciones, mutilaciones se filmaron en vivo. Los nazis trataron de ocultar lo que hacían, hicieron lo imposible para borrar los rastros. Esta gente festejaba y lo difundía a todo el mundo. El plan de Hamas contemplaba que Israel no podría haber reaccionado de otra manera. Era extremadamente previsible. Secuestran a muchísima gente, matan a muchísimas otras. ¿Cuáles son las posibilidades para Israel? No pueden permitir que el 7 de octubre, que fue el peor pogromo desde la Segunda Guerra Mundial, vuelva a repetirse. No pueden tener a alguien que haga eso del otro lado de la frontera. Y ningún país lo permitiría; ninguno.

Hamas lo hizo deliberadamente, sabiendo exactamente lo que iba a pasar. Es el cálculo. Ellos pueden ser muy racionales en los cálculos, pero el objetivo es extender la guerra lo máximo posible y hacer que se involucren todos los vecinos en una guerra generalizada. Pero además hay una obsesión con este territorio del tamaño de una estampilla, que es la única democracia en esa parte del mundo, para considerarla como lo peor del mundo, cuando representa el único lugar donde podés tener una gay pride, el único lugar donde podés convivir con gente de otra religión sin que sea un problema. ¿Cómo se llega a calificar a Israel de esa manera? Porque hay una versión de la izquierda autoritaria, eso que se ha dado en llamar el wokismo, que considera que el mundo puede definirse entre oprimidos y opresores en función del color de piel, donde hay un determinismo que dice: ‘si vos naciste blanco estás del lado de los culpables y si naciste de los no blancos, estás en el lugar de los oprimidos’. Y en esa dicotomía decidieron que los judíos, como la visión que tienen de los campus universitarios estadounidenses donde se parecen a Woody Allen, los judíos son los blancos del asunto.

—¿Ves ahí antisemitismo? Porque muchas veces, quizás en la mayoría de las veces, y en el caso puntual de este conflicto, lo que aparece es una defensa al pueblo palestino y una crítica a la política militar de Israel. Y enseguida aparece la carta del antisemitismo. Te lo pregunto con total franqueza.

—La sociedad israelí, que es una sociedad democrática, tiene adentro los mayores críticos del gobierno de Israel. De hecho, acordate de las manifestaciones contra Netanyahu, que eran multitudinarias. Existe una crítica, que es súper saludable, y eso no convierte a esa gente en antisemita. Podés criticar y podés decir muchísimas cosas sobre las políticas israelíes: eso no te convierte en un antisemita. Pero si considerás que de todos los países del mundo, de los casi 200 países que hay, hay uno solo que hay que cuestionarse su legitimidad para existir… Porque nadie dice: “Rusia no tiene que existir porque Putin es un dictador sanguinario”. Nadie dice: “Siria no tiene que existir porque Bashar El Assad es un sanguinario”. Y cuando vemos cómo se comportan países como Irán con los derechos humanos, cuando vemos cómo se comportan países como China con los derechos humanos, o Arabia Saudita, ¿por qué no vemos manifestaciones de la izquierda delante de las embajadas? Al contrario, vemos que grupos de izquierda impiden manifestaciones, como ha ocurrido en la Argentina delante de la embajada de Irán. ¿Por qué ocurre eso?

El antisemitismo reside en esa excepcionalidad y esa doble vara para juzgar a Israel con respecto a los demás países que hacen cosas muchísimo peores. Obviamente, se puede criticar a Netanyahu sin ser antisemita. Ahora, si vos me decís que ese país no tiene la legitimidad para existir y me decís que “del río al mar” tiene que haber una Palestina libre y no me decís qué vas a hacer con los judíos que viven en el medio, sabiendo que eso significa la destrucción de esos judíos, y si me decís que el tiempo que se pasa en la militancia por el tema palestino es proporcional a los males del mundo, esa obsesión con el tema israelí que es muy llamativa. De hecho, se traduce en una explosión de los ataques contra los judíos en todo el mundo. Lo que no ocurre con los chinos, que pueden hacer cualquier disparate y nadie va a atacar al chino de la esquina. Yo vivo en un una ciudad donde si vos tenés un turbante en la cabeza nadie te va a hacer nada. Si vos sos una mujer que lleva el velo islámico, nadie te va a hacer nada en ningún barrio. Ahora, si vos llevás kipá en la calle, corrés el riesgo de pasarla muy mal. Mucha gente ha sido agredida, y es por esa obsesión con el tema judío.

Créditos de la nota: Infobae

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