Neolengua: El lenguaje como instrumento de dominación política

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En tiempos donde la comunicación fluye a velocidades vertiginosas y las palabras moldean realidades, se hace necesario detenerse a observar con ojo crítico cómo el lenguaje puede ser manipulado para ejercer poder. Este fenómeno no es nuevo, pero en el contexto político contemporáneo —y particularmente en Venezuela— adquiere una dimensión inquietante bajo el concepto de neolengua.

¿Qué es la neolengua?

La neolengua es una herramienta lingüística concebida para restringir el pensamiento, controlar la percepción de la realidad y consolidar regímenes autoritarios. Fue introducida literariamente por George Orwell en su novela 1984, donde el poder se ejercía no solo a través del control físico, sino de la lengua misma. Su premisa básica: si no se puede nombrar una idea, tampoco se puede pensar en ella.

Orwell imaginó una lengua diseñada para eliminar la posibilidad del pensamiento disidente, construida con tres tipos de vocabulario: el A (lenguaje cotidiano reducido), el B (palabras con carga ideológica), y el C (términos técnicos y científicos cuidadosamente depurados). Esta estructura impedía la ambigüedad y la riqueza del lenguaje natural, a favor de una comunicación única, plana y dirigida.

El poder de la palabra

El lenguaje no solo transmite ideas, sino que actúa sobre la realidad. La teoría de los actos de habla, propuesta por John Austin, postula que decir algo es hacer algo. Por eso, el lenguaje político tiene una potencia transformadora: define el marco en que pensamos, sentimos y reaccionamos.

En regímenes autoritarios, este principio es explotado al máximo. Las palabras no describen la realidad, la sustituyen. No hay represión, sino «revolución pacífica pero armada»; no hay censura, sino “no renovación de concesión”; no hay racionamiento, sino “tarjeta de abastecimiento seguro”.

La neolengua en Venezuela

Venezuela se ha convertido en un laboratorio vivo de neolengua. Desde la llegada del chavismo al poder en 1998, se ha producido una resemantización sistemática del discurso político. Palabras comunes fueron transformadas en consignas ideológicas, y muchas otras adquirieron sentidos peyorativos para descalificar al adversario.

Hugo Chávez fue un maestro en esta técnica. Introdujo términos como escuálido, majunche, pitiyanqui, vendepatria y desadaptado, entre muchos otros. Con el tiempo, estos términos fueron normalizados incluso por sus opositores, que los asumieron sin advertir el peso simbólico de su uso.

Más allá de las palabras sueltas, el chavismo impuso frases estructuradas que encubrían realidades graves: niños de la patria por niños en situación de calle, Primera Combatiente

para referirse a la esposa del presidente, o Buenandros como resignificación positiva de malandro.

La creación de realidades alternas

Uno de los aspectos más perversos de la neolengua es su capacidad para generar realidades paralelas. En Venezuela, esto ha implicado negar la existencia de crisis evidentes con explicaciones retorcidas: no hay escasez, hay guerra económica; no hay migración masiva, hay “intercambio cultural”; no hay hambre, hay “justa distribución de alimentos”.

Esto es una forma de gaslighting colectivo, donde se desacredita la percepción ciudadana y se anula su capacidad de reacción. Se niegan los hechos objetivos y se reemplazan con construcciones verbales que desinforman, dividen y manipulan.

Efectos sociales del uso perverso del lenguaje

El uso constante de insultos y descalificaciones ha erosionado los valores fundamentales del respeto, el pensamiento crítico y el diálogo racional. El lenguaje vulgar y agresivo ha permeado todos los niveles de la sociedad venezolana, contaminando incluso el discurso cotidiano entre ciudadanos.

Cualquiera que disienta puede ser tildado de fascista, nazi, traidor, mercenario, sin fundamentos. Esta retórica no solo destruye el debate, sino que deshumaniza al adversario, un recurso común en los totalitarismos del siglo XX.

La resistencia empieza por la palabra

Frente a esta realidad, la resistencia más poderosa es preservar el valor del lenguaje. Hablar con precisión, respetar el significado de las palabras, cuestionar los eufemismos y recuperar el pensamiento crítico son actos de rebeldía ante el discurso autoritario.

El lenguaje es un bastión de la cultura, la identidad y la libertad. Cuando se corrompe, se debilita el pensamiento. Cuando se dignifica, se fortalece la conciencia.

Como escribió Orwell: “Si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”. Por eso, pensar, leer, dudar y hablar con claridad es hoy un deber moral y un acto de valentía.

Edúcate en la libertad que la ignorancia se paga caro.

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Por Aldo de Vivo
Escritor Invitado
Politólogo y activista  
Twitter: @AldoDeVivo