Opinión | El libre porte de armas: un inocente armado defendiendos – Por Aldo de Vivo

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Este artículo defiende el libre porte de armas como expresión esencial del derecho a la legítima defensa desde una perspectiva anarcocapitalista. Se argumenta que el monopolio estatal de la violencia no solo es ilegítimo, sino que constituye una amenaza estructural a la libertad individual. En lugar de limitar el acceso a las armas, una sociedad libre debe reconocer en el armamento individual una herramienta indispensable para preservar la vida, la libertad y la propiedad.

Palabras clave: anarcocapitalismo, legítima defensa, porte de armas, libertarianismo, monopolio de la violencia

El debate sobre el porte de armas suele enmarcarse en dicotomías ideológicas tradicionales. Sin embargo, desde la filosofía anarcocapitalista, el problema se analiza desde una raíz más profunda: la legitimidad del monopolio estatal de la violencia y la soberanía del individuo sobre sí mismo (Rothbard, 2006). Para el libertario radical, el derecho a portar armas no es una concesión del Estado, sino una extensión natural del principio de no agresión y del derecho inalienable a la autodefensa.

El principio de no agresión y la defensa individual

La piedra angular del pensamiento libertario es el principio de no agresión: ningún individuo o colectivo puede iniciar el uso de la fuerza contra otro (Hoppe, 2001). Toda acción coercitiva sólo puede ser legítima si es una respuesta proporcional a una agresión previa. De aquí se deriva la legitimidad de la autodefensa como una forma de resistencia ante agresores, ya sean individuos comunes o instituciones estatales.

Desde una perspectiva anarcocapitalista, el Estado viola constantemente este principio al imponer leyes, impuestos y regulaciones que coartan la libertad individual. Por ello, el porte de armas no es solo un medio técnico de defensa, sino una declaración política de soberanía personal (Block, 2010).

El Estado como riesgo sistemático

Los defensores de la restricción de armas sostienen que el Estado debe proteger a los ciudadanos del uso indebido de estas. No obstante, esta premisa descansa en la suposición —equivocada— de que el Estado es un garante neutral del orden. La historia ofrece evidencia contraria: desde regímenes totalitarios hasta democracias modernas, el Estado ha sido uno de los principales agresores de las libertades (Rothbard, 2006).

Casos como Venezuela muestran cómo el desarme civil precedió al colapso institucional y a la consolidación del autoritarismo. En este sentido, una ciudadanía armada representa un contrapeso natural al poder estatal desmedido (Caplan, 2011).

Legítima defensa sin intermediarios: responsabilidad individual

La defensa propia no debe depender de instituciones centralizadas como la policía. En muchos casos, la intervención estatal llega tarde o es ineficaz. Además, no es raro que la fuerza pública incurra en abusos sistemáticos (Molyneux, 2015). La descentralización de la seguridad, por tanto, se presenta como una solución ética y funcional.

En un orden espontáneo, serían las agencias de protección privadas quienes competirían por ofrecer servicios de seguridad, pero incluso sin ellas, el individuo sigue teniendo el derecho a armarse para protegerse. Lejos de fomentar el caos, una sociedad armada tiende a ser más respetuosa y estable (Hoppe, 2001).

Objeciones comunes y respuestas libertarias

Quienes se oponen al libre porte de armas argumentan que ello aumenta la violencia. Sin embargo, estudios comparativos internacionales muestran que no hay una correlación directa entre tenencia de armas y tasas de homicidio (Kates & Mauser, 2007). De hecho, países con alta posesión civil de armas, como Suiza, muestran niveles bajos de criminalidad.

Otra objeción recurrente es el riesgo de accidentes. No obstante, aceptar esta objeción implicaría prohibir múltiples herramientas potencialmente peligrosas (automóviles, medicamentos, etc.). La solución no está en prohibir, sino en fomentar la responsabilidad individual (Block, 2010).

El porte de armas como derecho natural

Desde la filosofía libertaria, los derechos no provienen del Estado, sino de la naturaleza del individuo como agente racional y propietario de sí mismo. El derecho a portar armas es una manifestación del derecho a vivir y defenderse (Rothbard, 1982). Negar este derecho equivale a negar la capacidad del individuo de ser soberano.

El Estado, al monopolizar el uso legítimo de la fuerza, impone una jerarquía artificial e inmoral. En una sociedad libre, la defensa no debe ser privilegio de unos pocos, sino un derecho universal.

El libre porte de armas no representa un ideal violento, sino un acto de autonomía moral. En una sociedad realmente libre, la defensa de la vida, la libertad y la propiedad no puede depender de estructuras centralizadas ni coercitivas. Desde la mirada anarcocapitalista, armarse no es una provocación, sino una afirmación del derecho natural a vivir libre de coacción.

Referencias (APA 7ª edición)

Block, W. (2010). Defending the Undefendable II: Freedom in All Realms. Terrace Books.

Caplan, B. (2011). The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies. Princeton University Press.

Hoppe, H. H. (2001). Democracy: The God That Failed. Transaction Publishers.

Kates, D. B., & Mauser, G. (2007). Would Banning Firearms Reduce Murder and Suicide? A Review of International and Some Domestic Evidence. Harvard Journal of Law & Public Policy, 30(2), 649–694.

Molyneux, S. (2015). The Art of the Argument: Western Civilization’s Last Stand. Free Domain Publishing.

Rothbard, M. N. (1982). The Ethics of Liberty. Humanities Press.

Rothbard, M. N. (2006). For a New Liberty: The Libertarian Manifesto (2nd ed.). Ludwig von Mises Institute.

Por Aldo de Vivo
Escritor Invitado
Politólogo y activista  
Twitter: @AldoDeVivo

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