Joven migrante venezolana se quita la vida y deja un llamado urgente sobre la salud mental y el valor de la familia

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La tarde del miércoles 22 de octubre, una joven venezolana de apenas 20 años, identificada como Yusvely Marianny Núñez, se quitó la vida tras lanzarse desde un puente peatonal en la Vía Atlixcáyotl, frente al Centro Integral de Servicios (CIS) de Puebla. El suceso ha conmovido profundamente a las redes sociales y ha reabierto el debate sobre el abandono emocional, la fragilidad mental de los jóvenes y la dura realidad que enfrentan miles de migrantes.

De acuerdo con los reportes oficiales, fue su novio quien llamó al 911 para advertir que Yusvely amenazaba con lanzarse. Sin embargo, los equipos de emergencia no lograron llegar a tiempo. Los paramédicos solo pudieron confirmar su fallecimiento tras el fuerte impacto. Minutos después llegó su madre, alertada por el joven, y fue quien reconoció el cuerpo.

La Fiscalía General del Estado (FGE) de Puebla abrió una investigación para esclarecer las circunstancias del hecho, aunque todo apunta a un suicidio motivado por una profunda depresión.

Antes de su trágica decisión, Yusvely publicó un mensaje de despedida en Instagram, donde expresó su dolor, sus inseguridades y su sensación de soledad. Reveló además que había sido víctima de abuso sexual por parte de su hermano durante la infancia y que, al contarlo, no recibió apoyo de su madre. “Perdón por no haber sido como tú querías”, escribió la joven, dejando ver un sufrimiento que fue callado por años.

Sin embargo, tras conocerse el contenido de la publicación, el llamado “tribunal de las redes” se volcó con furia contra la madre, señalándola y juzgándola sin conocer la historia completa ni el trasfondo familiar. Desde la comodidad de una pantalla, muchos opinadores se han dedicado a lincharla públicamente, olvidando que detrás de esta tragedia hay dolor, culpa y una familia destrozada.

Este caso ha encendido las alarmas sobre el drama silencioso que viven muchos migrantes venezolanos, especialmente los jóvenes que, al llegar a tierras extranjeras, enfrentan un cúmulo de dificultades emocionales, económicas y familiares sin redes de apoyo sólidas.

Más allá de la tragedia, la historia de Yusvely es un llamado a la conciencia social y familiar. A escuchar más, a estar atentos a las señales del dolor emocional y a comprender que la salud mental no distingue fronteras.

Hoy, su muerte se convierte en una advertencia dolorosa sobre lo que ocurre cuando una generación crece sin contención, sin fe, sin guía y sin familia presente. Pero también nos recuerda que el odio y los juicios desde internet no ayudan a sanar, solo profundizan las heridas.

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