Venecia amaneció indignada. Lo que para Greta Thunberg y Extinction Rebellion (XR) fue “activismo climático”, para las autoridades y residentes no fue más que una provocación irresponsable que rayó en el vandalismo. La activista sueca fue expulsada de la ciudad y multada con APENAS 173 dólares después de teñir de verde el icónico Gran Canal, en una acción que desató rechazo generalizado.
Otros 35 activistas recibieron la misma sanción: prohibición de entrada por 48 horas. Todos defendieron el uso de un tinte “inocuo”, pero para muchos italianos el gesto fue una muestra más del radicalismo performativo que caracteriza a XR. La protesta coincidió con el cierre de la COP30 en Brasil y formó parte de una jornada de intervenciones en diez ciudades italianas.
Los manifestantes desplegaron una enorme pancarta con el mensaje “Detengan el Ecocidio” desde el puente de Rialto y organizaron un flash-mob con atuendos rojos y velos, bloqueando la movilidad de turistas y residentes en uno de los puntos más concurridos de la ciudad.
El gobernador del Véneto, Luca Zaia, calificó la acción como “una falta absoluta de respeto hacia la ciudad, su historia y su fragilidad”, advirtiendo que, lejos de ayudar al ambiente, intervenciones así “pueden causar daños reales y afectar la imagen internacional de Venecia”.
XR aprovechó para arremeter nuevamente contra el Gobierno de la primera ministra Giorgia Meloni, acusándolo de frenar medidas climáticas ambiciosas durante la COP30. Sin embargo, para la mayoría de los habitantes y autoridades, este tipo de protestas no solo no aportan soluciones, sino que profundizan la brecha en torno al debate climático.
A pesar que unos turistas defendieron la protesta como “un llamado de atención”, el sentimiento predominante fue de indignación ante lo que muchos consideraron una intromisión irresponsable y un atentado simbólico contra el patrimonio veneciano.
Mientras las negociaciones de la ONU en Brasil se prolongaban en medio de pocos avances, Venecia volvió a ser rehén de un activismo que prefiere el impacto visual por encima del diálogo, dejando una vez más en evidencia la tensión entre conservación cultural y radicalismos ambientales.
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