
Después de 100 años de historia, el estudio que dio al mundo desde Looney Tunes hasta Harry Potter fue acordado para su venta a Netflix en una operación que redefine quién manda en la cultura pop. La despedida, irónica y cargada de nostalgia, podría leerse como una versión moderna del clásico lema animado: “Después de 100 años, ¡eso es todo, amigos!”.
Los términos del acuerdo, anunciados en los comunicados oficiales y confirmados por la prensa, colocan la transacción en un rango de decenas de miles de millones de dólares —una de las mayores compraventas de la historia mediática— y dejan en manos de Netflix un catálogo que define generaciones: la animación y el humor de Looney Tunes, la comedia televisiva global de Friends y las franquicias taquilleras como Harry Potter.
Según el anuncio corporativo, Netflix comprará el negocio de estudios y streaming de Warner Bros. tras la escisión de ciertos activos (como redes lineales), en una operación comunicada públicamente esta semana. La empresa matriz de los estudios, Warner Bros. (fundada el 4 de abril de 1923), cerraría así un ciclo centenario que comenzó en los albores del cine sonoro y que durante décadas marcó el pulso de Hollywood.
La noticia ha sacudido a la industria. Sindicatos, dueños de salas de cine y figuras del sector expresaron preocupación por la concentración de poder que implicaría fusionar el mayor servicio global de streaming con una de las mayores bibliotecas de títulos y marcas del cine y la TV contemporáneos. Varios analistas y organizaciones han reclamado un examen antimonopolio riguroso; algunos advierten que la medida podría reducir la pluralidad de compradores de contenido y poner en riesgo estrenos teatrales y puestos de trabajo.
Warner Bros. lleva un siglo creando y distribuyendo contenidos que forman parte del acervo cultural occidental: desde las primeras películas sonoras hasta la construcción de universos como DC y la producción televisiva que definió el formato de sitcom moderno. Que ahora ese legado pase a manos de una plataforma digital alimenta debates más amplios: ¿es la cultura patrimonio público o mercancía concentrada en manos de plataformas? ¿Qué papel tendrán las salas de cine, las ventanas de exhibición y la independencia creativa en esta nueva era?

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