Desde hace un tiempo, tengo fascinación por el trabajo e investigación del psicólogo y psicoterapeuta Carl Rogers. Cuando empecé a leer su libro: El proceso de convertirse en persona, experimente un nivel de aceptación propia, que antes no había sentido. Su invitación es un enfoque No Violento, profundamente amoroso y respetuoso de lo humano. Es lo que me ha permitido salir cada vez del paradigma binario (bueno-malo) el cual es esencial en la Comunicación No Violenta.
El trabajo de Rogers me ha ayudado a fundamentar las bases de la transformación de los espacios educativos que lidero y una de estas es que al momento de aceptar nuestra experiencia interna: nuestros pensamientos, sentimientos y motivaciones, ahí y solo ahí, tengo la capacidad de cambiar cualquier patrón que no contribuya a mi vida o la de los demás.
No es una aceptación que imposibilita o lleva a la resignación, es una aceptación que nos conecta con nuestra fuente infinita de posibilidades. Un reconocimiento profundo de nuestra condición humana, libre de juicios, deberías, no es posible, que malo, bueno eres.
Al explorar la Comunicación No Violenta desde hace más de 6 años, he llegado a comprobar la importancia de respetar y reconocer la experiencia propia y la de los otros. Podemos tornarnos rígidos cuando una herramienta nos ha servido y luego, buscamos casi imponérsela a los demás. Esto lo digo con algo de tristeza, porque en mis primeros años con la CNV en algunos momentos me vi haciéndolo.
Tal vez, venga de nuestra pasión, de nuestras ganas de contribuir, pero estoy convencida que contribuir necesita venir de un reconocimiento de las capacidades del otro (de su tendencia actualizante como diría Rogers) y del respeto desde un lugar sagrado de la experiencia, ritmos y motivaciones del otro. Por esto, me hace tanto sentido el proceso de acompañar desde la empatía, la paciencia y la intuición, desde las preguntas, la consciencia de los ritmos y la confianza en la vida misma que pulsa en cada interacción y que podemos apreciar si desaceleramos y nos volvemos presentes de todo lo que sucede en lo vincular, sin embotellarlo o hacerlo explotar, pero digiriéndolo casi que en cada respiración.
Algunos tips de lo que expreso acá:
– Cambiar nuestras afirmaciones sobre nosotros mismos y los demás por preguntas.
– Estar en desacuerdo, expresarnos honestamente, sin perder el respeto por el otro.
– Recordar que todos experimentamos los mismos estímulos de maneras distintas y cada quién tiene su propio ritmo y forma de digerir la realidad.
– Conectarnos desde nuestras capacidades y aceptación de todo el rango emocional que podemos experimentar. Acompañar nuestros propios sentimientos sin catalogarlos de buenos o malos. No es necesario control, más bien procesar.
A mí me disgusta no oír a alguien, no comprenderle. Si se trata de un simple fallo de comprensión, o de no prestarle suficiente atención a lo que dice, o dificultad en entender las palabras, me siento sólo ligeramente insatisfecho conmigo mismo, es no ser capaz de oír a otra persona por creer estar seguro con antelación de lo que se propone decir y no escucharle. Sólo después me doy cuenta de que he oído lo que ya había decidido que diría; no he logrado escuharle. O todavía peor las ocasiones en que me doy cuenta de que estoy intentando tergivesar el mensaje para que diga lo que yo quiero y que es lo único que finalmente oigo. Esto puede ser algo muy sutil y lo logro con sorprendente pericia. Sólo con tergiversar ligeramente sus palabras, modificando apenas su significado, puedo lograr no sólo que parezca decir lo que deseo oír, sino que sea la persona que yo quiero que sea. Sólo cuando me doy cuenta, a través de sus protestas o porque yo gradualmente reconozco que sutilmente le he estado manipulando, siento asco de mí mismo. También sé, por haber sido receptor en semejante situación, lo frustrante de que a uno se le reciba por lo que no es, de que se oiga lo que no ha dicho. Esto crea ira, confusión y desilusión.