La historia nos ha demostrado que la mente humana es una herramienta poderosa y privilegiada, pues no posee límite alguno. Constantemente el ser humano se supera a sí mismo, sobre todo después de momentos en los que la oscuridad, la ignorancia y la muerte se paseaban en la Tierra en unión nupcial.
Sin embargo, ha habido personajes que han utilizado su materia gris para crear una absoluta industria del sufrimiento, pues estaban convencidos de un modo muy radical de lo que creían, y no toleraban a quienes actuaban y pensaban diferente.
El ser humano es una máquina de la muerte. Este hecho se reafirma constantemente una y otra vez; y no hace falta mirar al pasado para encontrar los argumentos que sustentan esto. La humanidad está en una relación tóxica consigo misma.
Obviamente la creatividad ha extendido su mano para dar génesis a varias formas de hacer sufrir al prójimo. Algunos de estos métodos quedaron en los libros de historia. Pero hay otros que se encuentran inmortalizados de forma tangible en varios museos.
Uno de esos lugares es el Museo de la Tortura. Se encuentra en Santillana del Mar, una pequeña población en la comunidad autónoma de Cantabria, al norte de España; nación donde hizo acto de presencia la Inquisición, un grupo de instituciones católicas que dedicaron recursos, conocimientos y altas dosis de dogmatismo para castigar y ejecutar a aquellas personas que cometieran actos considerados incorrectos por la Iglesia.
Este museo se destaca por tener una gran colección de máquinas especializadas en la muerte lenta y dolorosa utilizadas durante la oscura Edad Media, cuando las instituciones hacían y deshacían en Europa a sus altas y anchas.
Los instrumentos que se exhiben ahí pasan desde lo más convencional (como un hacha o una guillotina) hasta máquinas especializadas en torturar a aquellos que eran señalados por herejía o brujería.
La muerte en forma de rueda
Uno de los artefactos más utilizados fue la rueda, la cual era un método de suplicio bastante elemental que requería un garrote, una rueda de carro y un verdugo o ejecutor, según el periodico español ‘ABC’.
La persona condenada era desnudada y amarrada por las muñecas y los tobillos a una cruz de tal forma que las extremidades y las articulaciones estuviesen totalmente expuestas. Luego, el verdugo procedía a golpear con un objeto a la víctima de tal forma de que se rompieran todos sus huesos, pero sin matarla.
Tras asegurarse de que todas sus extremidades estuvieran totalmente destruidas, amarraban a la persona a una rueda de carro y se le dislocaban las extremidades para que sus tobillos lograran tocar la cabeza de la persona, mientras que los brazos quedaban extendidos, como sigue explicando el medio.
Este proceso terminaba clavando la rueda a una estaca vertical, dejándola elevada en posición horizontal, para luego ponerla a la intemperie con la persona agonizante. A veces se decapitaba a la persona y se clavaba la cabeza en la punta de la estaca.
Las múltiples opciones
Igualmente, existió otro método se llamaba ‘La jaula colgante’, en el cual a la persona condenada se encerraba en una jaula y se le dejaba en un lugar público, totalmente desnuda, sin comida y al aire libre, por lo que era víctima del calor, el frío, el hambre y la sed.
Se dejaba a la víctima hasta que su cadáver desprendía olores putrefactos y huesos.
También hubo métodos más simples como el hacha, que era usada para decapitaciones en plazas públicas, o la guillotina, la cual era una hoja de metal manejada por una polea para hacer lo mismo de una forma más rápida.
Sin embargo, uno de los métodos más curiosos que se utilizaron durante la época fue la ‘cuna de Judas’. Nombrada en honor al ‘apóstol traidor’. Se trataba de una pirámide puntiaguda a la cual se le dejaba caer encima a la víctima. La punta del objeto hería la zona genital o anal de la persona en diferente intensidad, dependiendo de la presión que ejercía el verdugo, segun el diario español ‘El Confidencial’
Normalmente este método fue utilizado para interrogatorios a prisioneros de guerra en Europa central. Sin embargo, se creó una versión ‘mejorada’ con electricidad y cinturón incluido en varias dictaduras hispanoamericanas durante el siglo XX.
Pensar en ir a exhibiciones donde se muestran objetos utilizados con tales fines puede generar incomodidad e impresión.
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Sin embargo, pese a su horroroso pasado, son productos valiosos para darnos cuenta y ser conscientes de lo que el ser humano ha sido, es y puede ser capaz de hacer. Y esa reflexión, quizá, termine llevando a replantear objetivos en pro del bienestar, y no de la maldad y la sangre.
EL TIEMPO
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