Recordaba recientemente un amigo, quien en una conversación reseñaba que las revoluciones, ejercicios políticos o el poder en sí mismo, siempre va en caminos distintos a la discusión ideológica, aquello que los alemanes llamaban Realpolitik, por lo que hablar de derechas e izquierdas en este artículo es solo una forma de guiarse en las tendencias muy generales del concierto político internacional, entre las facciones del Foro de Sao Paulo y sus patrocinadores orientales, y fuera de aquellos que hoy se denominan “las nuevas derechas”.
Francisco Pérez Alviárez
Por el impulso del péndulo histórico y social, los últimos tiempos han visto el resurgir de los movimientos contra las izquierdas históricas, o contra quienes se identifican y han sido imágenes de ellas, llámese Fidel Castro, el Ché Guevara, los republicanos españoles, Stalin, Lenin, Marx, los siempre irrelevantes anarquistas, y sobre todo el lobby del mundo artístico que le hace altares a las tiranías surgidas de las revoluciones comunistas.
Aunque parezca ilógico, después de la caída del Muro de Berlín y el fin del terror soviético, se multiplicaron las células de la participación comunista en el mundo, como se multiplican las enfermedades cuando uno pisa una garrapata o una cucaracha al momento de matarla, es decir, parece que el fin de la URSS fue el paso final del escape de una pandemia ideológica planteada hacía muchos años por Antonio Gramsci y otros teóricos marxistas de la transformación y globalización de la revolución; algo que degeneró en sus primeros pasos en la primera línea de tontos útiles durante la explosión del Mayo Francés de 1968.
Si bien en los últimos tiempos ha surgido una breve y deforme derecha, catapultada principalmente por los nuevos teóricos y representantes del liberalismo -entendido en términos no estadounidenses-, así como la nueva generación de la derecha conservadora y más nostálgica, la mayoría de veces todos pecan de la falta de pragmatismo, el mismo pecado de las izquierdas en sus inicios. En términos generales estas protoizquierdas no eran capaces de llenar un autobus entre todos, como ahora pasa en la acera del frente, con un uso poco pragmático de la política y la excesiva teorización en conversaciones bizantinas.
Uno de los graves problemas y desafíos que enfrentan las nuevas derechas no solo es la falta de pragmatismo y unificación, si no su característica atomista que no logra superar las fronteras, es decir, aquellos pequeños o grandes partidos de derecha -al entendimiento del artículo- que consideran en su egocentrismo y pseudo autarquía obsoleta, que los problemas políticos de un fenómeno global no los van a alcanzar por el sencillo hecho de encerrarse en sus fronteras. Aquí es donde vemos que no son capaces de enfrentar a un enemigo posicionado a nivel internacional que no repara en invertir en cualquier tipo de ayudas para meter su cáncer hasta en el más pequeño de los agujeros del planeta.
Estos fenómenos de la adolescencia política de las nuevas derechas, el no entendimiento entre las facciones más liberales y las más conservadoras del espectro, el encierro de los partidos en sus territorios y su negativa de búsqueda de influencia internacional, le ha permitido a lo más rancio de la sociedad abanderarse bajo los estandartes del socialismo y el comunismo, que en tiempos modernos, no es más que el ejercicio pragmático del poder para imponer tiranías, agendas, y dominación de oriente a occidente.
Esta crisis de identidad e influencia que sufre la derecha no es algo único, pues desde el principio, pese a que parecían monolíticas, las izquierdas nacieron rotas entre los fanáticos del nuevo militarismo soviético, los revolucionarios románticos del lumpen y quienes proponían una monarquía revolucionaria. A principios de la era soviética se creó la Internacional Comunista o la segunda, mejor conocida como Komintern, donde se unificaron los términos dentro de las esfera de influencia comunista para definir el piso de donde partirían a la internacionalización de la Revolución.
Más tarde, en plena Guerra Fría, la izquierda continuaba en crisis, pues tras el fin de la Segunda Guerra Mundial las revoluciones estaban rotas entre quienes querían una monarquía de Stalin y quienes soñaban con una revolución sin militares, esta falta de entendimiento dio paso en 1947 al Kominform, otra de las Internacionales Comunistas.
Estas Internacionales, que tuvieron una duración y objetivo específico en el tiempo, sentaron las bases para la construcción de fenómenos o enfermedades políticas como la Revolución Cubana, la banalización de los crímenes del socialismo-comunismo, y la propagación del romance revolucionario por todo occidente, terminando en situaciones como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, sin que más allá de los fenómenos guerrilleros que terminaron hace muchísimos años, ganaran las elecciones sin pegar un tiro, al menos no de manera directa.
Mientras las izquierdas construyeron una super estructura política incluyendo lobbys y gobiernos de recursos incalculables, o tomando países estratégicamente importantes a nivel económico como Venezuela para el financiamiento de las revoluciones, las derechas actuales están pasando por los tiempos de la crisis del no entendimiento interno, con el agravante de no querer una expansión fuera de sus territorios en una visión malentendida y pervertida de los nacionalismos.
Hablando en criollo, mientras que los gobiernos y partidos más representativos de la izquierda internacional no reparan en invertir y financiar cualquier tipo de movimientos, células, congresos, conversatorios, carreras universitarias, becas, ONG’s, fundaciones, entre otros elementos que sirvan en expandir su gravedad planetaria, los partidos más representativos o conocidos de la derecha, gobiernos claramente identificados en la lucha contra la expansión del modelo comunista, no financian ni un refresco, no les interesa nada de lo que pasa fuera de sus fronteras, en una falta de criterio y un entendimiento ridículo de la política internacional.
Si el presente es oscuro, el futuro no tiene ni rostro, por lo que estamos llegando al punto de no retorno en el que las derechas tendrán que proponer una unificación general a efectos prácticos y generar la maquinaria necesaria para estar a la altura de los tiempos que se avisoran. No importa donde termine su frontera, cuando las miles de agendas y recursos que invierte la izquierda en su guerra cultural lleguen a su punto más álgido, no habrá lugar en esta tierra donde esconderse, ni habrá bandera lo suficientemente fuerte que nos arrope.